jueves, 3 de marzo de 2011

“Zieg heil, Mein Führer!”

Pregunten en cualquier escuela de mercadotecnia por el padre de la propaganda y, tras una mirada recelosa a los alrededores para asegurarse que nadie escucha, agacharán la cabeza acercando los labios a su oído y dirán como quien se confiesa en primer viernes de mes “Joseph Goebbels”. Esta angustia puede justificarse dada la tremenda connotación negativa que implica el nombre de Goebbels como DIRCOM (es un decir) del celebérrimo Adolf Hitler y el Partido Nacionalsocialista Alemán, pero es una angustia inútil ya que, para fines prácticos, Goebbels SÍ es el padre de la propaganda, al menos como la conocemos hoy.
Como Norberto Corella explica en su libro Propaganda Nazi, se podría decir que la propaganda existe desde los griegos. Desde la “aparición” de la vida política, la propaganda existe como un medio de sembrar la ideología de un individuo o grupo determinado dentro de las mentes de la masa. Goebbels quien tomó este recurso y lo llevó a las ligas mayores.
El principio es muy simple: el pueblo alemán unido jamás será vencido. Además, el trabajo de Goebbels y Hitler tenía un rasgo fundamental que garantizó su efectividad más allá de cualquier error: apropiarse de las rabias, tristezas y desesperanzas generales y convertirlas en sus fortalezas, motores y razones de existencia. Son numerosos los videos de discursos de Hitler en los que el Fürer va in crescendo, es decir, comienza muy moderado, muy tranquilo, pero va levantando la voz y ampliando los gestos hasta terminar en francos gritos y gesticulando como marioneta frente a un ventilador. Y culmina el discurso llorando de emoción ante una multitud de enardecidos alemanes que lo vitorean como la salvación de la Deutschland.
Esta estrategia por parte del Tercer Reich implicó una adoración más allá de los límites de la lógica. Es decir, un apego totalmente visceral, carente de razonamiento y, por lo tanto, carente de límites. Basta ver la reacción de la nación entera cuando corrió la noticia del suicidio del Fürer: rendición incondicional y suicidios masivos. Hitler era una figura casi divina, al grado que aún hoy la búsqueda de su tumba es una misión equiparable a la caza del arca perdida.
Si me preguntan, en cuanto a su paternidad la propaganda no tiene por qué avergonzarse. Independientemente de las barbaridades que el Tercer Reich cometió (y fueron bastantes), Goebbels fundó una estrategia de comunicación efectivísima. Tan efectiva, que su modelo se sigue usando hasta la fecha. Claro, es como en las telenovelas: todos saben quién es el padre de la muchacha pero nadie le dice para protegerla en su inocencia.
¿Ah, que no? Veamos el nuevo comercial de Coca Cola llamado “razones para creer”. ¿Qué vende? ¿Explica las características del producto? No. Es más, ni siquiera vende Coca Cola en el sentido estricto; vende un “bienestar” a pesar de lo “feo” que está el mundo, un bienestar que sabe mejor con una Coca Cola bien fría… en una botella de vidrio… con las gotitas de la humedad condensada resbalando por esas curvas… (imagen altamente erótica hoy en día… no puedo más, correré por una Coca Cola)
Ah… ¿en qué estaba? ¡Ah sí! Otro ejemplo menos reciente pero igual de efectivo está actualmente apoltronado en el Palacio de Gobernación de Toluca, Estado de México. Es el caso del gobernador Enrique Peña Nieto. Su campaña no es propiamente una campaña política, sino una campaña mediática que apela a todo menos al sentido común de la gente (el sentido común, según encuestas y según la miss Conchita, es el menos común de los sentidos) La suya es una campaña que apela a los sentimientos, sobre todo de las féminas. En torno a él se construyó toda una telenovela del dulce padre de familia que de pronto queda tristemente solo con tres pequeños niños y un estado al cual atender… pero, ¡oh sorpresa! En la torre del principito aparece de pronto una gaviota que llega para hacer realidad el cuento de hadas. Los tortolitos sellaron recientemente su “felices por siempre”, pero claro que este “felices por siempre” no puede estar completo sin una silla presidencial.
A fin de cuentas resulta que entre la propaganda nazi y la actual publicidad (que, en gran medida se ha fundido con la propaganda hasta resultar difícil discernir entre una y otra) no hay mucha diferencia. Pero un elemento diferenciador fundamental entre una y otra es que Goebbels ni Hitler escondieron nunca sus intenciones. Siempre dijeron claramente lo que querían lograr y cómo se proponían a hacerlo. Habermas se quejaba amargamente de que el pueblo alemán estaba tan ocupado gritando vítores que se negó a escuchar los últimos suspiros agónicos de la libertad… pues la sociedad actual ni siquiera grita, pero sigue sin escuchar. Esperemos que el camino al que nos llevan los actuales Goebbels sea mejor que el que siguió la Alemania del Tercer Reich. Aunque, sinceramente, tengo mis dudas.