martes, 27 de noviembre de 2012

NO SE "VALLAN" A CONFUNDIR



“En el primer momento retrocedieron con profundo respeto y pura estupefacción, pero intuyendo al mismo tiempo que su retirada era más bien una postura para coger impulso, que su respeto se convertía en deseo y su asombro en entusiasmo. Se sintieron atraídos hacia aquel ángel humano del cual brotaba un remolino furioso, un reflujo avasallador contra el que nadie podía resistirse, sobre todo porque no querían hacerlo, ya que el reflujo arrastraba a la voluntad misma, succionándola en su dirección: hacia él.
Habían formado un círculo a su alrededor, unas veinte o treinta personas, y ahora este círculo se fue cerrando. Pronto no cupieron todos en él y empezaron a apretar, a empujar, a apiñarse; todos querían estar cerca del centro.
Y de improviso desapareció en ellos la última inhibición y el círculo se deshizo. Se abalanzaron sobre el ángel, cayeron encima de él, lo derribaron. Todos querían tocarlo, todos querían tener algo de él, una plumita, un ala, una chispa de su fuego maravilloso. Le rasgaron las ropas, le arrancaron cabellos, la piel del cuerpo, lo desplumaron, clavaron sus garras y dientes en su carne, cayeron sobre él como hienas.
Pero el cuerpo de un hombre es resistente y no se deja despedazar con tanta facilidad; incluso los caballos necesitan hacer los mayores esfuerzos. Y por esto no tardaron en centellear los puñales, que se clavaron y rasgaron, mientras hachas y machetes caían con un silbido sobre las articulaciones, haciendo crujir los huesos. En un tiempo muy breve, el ángel quedó partido en treinta pedazos y cada miembro de la chusma se apoderó de un trozo, se apartó, e impulsado por una avidez voluptuosa, lo devoró.”
Así se describe el oscuro destino del protagonista en la hermosa y un tanto siniestra novela “El Perfume” de Patrick Suskind. Si no la han leído, corran a hacerlo, así tendrán al menos un libro que mencionar cuando les pregunten por tres que hayan marcado su vida.
Me inclino a pensar que algún brillante asesor le narró este pasaje a Peña Nieto como cuento antes de ir a dormir y que teme que algo así le suceda cuando, el próximo sábado 1ero de diciembre, sea ungido Enrique I tome posesión como dudoso jefe del estado Mexicano, torre de marfil, titular del Gobierno Federal, arca de la Alianza, cabeza del Poder Ejecutivo Federal, estrella de la mañana, comandante supremo de las Fuerzas Armadas, rosa mística y presidente de los (todavía) Estados Unidos Mexicanos.
Seguramente debe ser eso: que Peña Nieto tenga miedo de que el amor del pueblo que lo eligió democráticamente sea tan apasionado, incontrolable e intenso que no puedan contenerse y se lancen sobre él. De otra manera, no me explico como por qué ese cerco “de seguridad” alrededor del Palacio Legislativo de San Lázaro.
Me inclino a pensar, también, que el cerco sirve como los que ponen en las alfombras rojas, para que los fans puedan ver pero no tocar y ese seguramente es parte de su uso también. Claro, las vallas podrían parecer un tanto altas, pero eso es porque no tomamos en cuenta que la estatura promedio del mexicano es de 1.58 metros, lo cual claramente señala que el futuro prisidente se preocupa por el nivel de obesidad en México y con estas medidas nos invita a hacer levantamientos, a fin de hacer ejercicio durante su asunción toma de poder, estableciendo así su compromiso con la salud de los mexicanos.
Por supuesto que este cerco es también para nuestra propia seguridad, no sea que nos veamos deslumbrados por su aparición en público bajo el radiante sol de diciembre. Es un mínimo gesto de cortesía por parte de nuestra virgen prudentísima cabeza de Estado, que sabe que los mexicanos somos tan impresionables que verlo en todo su esplendor sería el equivalente moderno a la égida de Zeus, y no quiere arriesgarse a que caigamos fulminados por su sola presencia.
Me inclino a pensar todo esto… y me caí de cabeza. Seguramente por eso me da por pensar estas estupideces. El hecho es que, como leía en el muro de un amigo hace un par de horas: un argumento para no votar por AMLO fue el cierre de Reforma. Así que votaron (¿sí votaron, o no?) por el espejo de justicia Peña Nieto y su partido, que desde su inicio han demostrado un profundo respeto por el estado de derecho, las leyes escritas y aún las no escritas, las de mera convivencia. A ellos jamás se les ocurriría cerrar la ruta al trabajo de los capitalinos o incluso negar el derecho de libre tránsito de los vecinos de la zona, cerrando desde calles hasta estaciones de metro y metrobús. ¡Por favor! ¿Con quién creen que están tratando?
Lo que queda muy claro, ya desde una semana antes de la coronación investidura de Enrique I el nuevo presidente “electo” es que todos somos unos quejumbrosos y mal pensados, que el pueblo lo ama, como ha quedado demostrado con las públicas muestras de cariño que ha recibido desde que Calderón y el IFE lo justificaron reconocieron como ratero corrupto triunfador indiscutible ay aja de las pasadas elecciones. Lo demás son puras habladas y malas interpretaciones, no sean malpensados.

sábado, 5 de mayo de 2012

PESADILLA

El que reía mostró las cicatrices. ¿Te gustan?, preguntó mientras mostraba todos los dientes. El otro no supo qué contestar ante el horror de las marcas. Quiso gritar pero la voz se le ahogó entre las muelas. Quiso moverse pero su cuerpo se sentía como debajo del agua. El que reía se le acercó, recorriendo con los dedos las cicatrices. Pensaba en unas parecidas, dijo, un poco más pequeñas para que crezcan con el tiempo, para que tomen un color más natural, para que se confundan con la piel por momentos, para que parezcan parte del diseño. Sí, el diseño, repitió rechinando los dientes, mientras se acercaba más al otro. El otro quiso retroceder pero el cuerpo lo traicionó y en lugar de alejarse se acercó. El que reía levantó una mano de cruda madera gris y sus dedos crujieron mientras se acercaba más y más, sacando la lengua y riendo, riendo estruendosamente, riendo hasta que se secó su garganta y más que risa era un croar lo que escupía su boca llena de dientes. El otro quiso protegerse pero entonces reparó en que llevaba la piel descubierta. Abrió la boca para protestar. El otro que reía se apostó como una sombra sobre él y comenzó a arañar la piel con las ramas, a abrir los canales de la sangre por toda la superficie que halló libre, a dibujar las heridas que harían las cicatrices. El otro que reía continuó con su labor y comenzaron por fin a fluir los gritos, gritos agónicos de sangre borboteante en que el aire quemaba la garganta al pasar hacia la boca. El otro que reía culminó su labor con un gruñido salvaje de brutal satisfacción mientras el otro que gritaba desahogaba los pulmones con la mirada perdida. El otro que reía se frotó las manos y tronó los dedos con su sonrisa chueca. Y el otro que gritaba era yo.