“En el primer momento retrocedieron con profundo
respeto y pura estupefacción, pero intuyendo al mismo tiempo que su retirada
era más bien una postura para coger impulso, que su respeto se convertía en
deseo y su asombro en entusiasmo. Se sintieron atraídos hacia aquel ángel
humano del cual brotaba un remolino furioso, un reflujo avasallador contra el
que nadie podía resistirse, sobre todo porque no querían hacerlo, ya que el reflujo
arrastraba a la voluntad misma, succionándola en su dirección: hacia él.
Habían formado un
círculo a su alrededor, unas veinte o treinta personas, y ahora este círculo se
fue cerrando. Pronto no cupieron todos en él y empezaron a apretar, a empujar,
a apiñarse; todos querían estar cerca del centro.
Y de improviso
desapareció en ellos la última inhibición y el círculo se deshizo. Se
abalanzaron sobre el ángel, cayeron encima de él, lo derribaron. Todos querían
tocarlo, todos querían tener algo de él, una plumita, un ala, una chispa de su
fuego maravilloso. Le rasgaron las ropas, le arrancaron cabellos, la piel del cuerpo,
lo desplumaron, clavaron sus garras y dientes en su carne, cayeron sobre él
como hienas.
Pero el cuerpo de un
hombre es resistente y no se deja despedazar con tanta facilidad; incluso los
caballos necesitan hacer los mayores esfuerzos. Y por esto no tardaron en
centellear los puñales, que se clavaron y rasgaron, mientras hachas y machetes
caían con un silbido sobre las articulaciones, haciendo crujir los huesos. En
un tiempo muy breve, el ángel quedó partido en treinta pedazos y cada miembro
de la chusma se apoderó de un trozo, se apartó, e impulsado por una avidez
voluptuosa, lo devoró.”
Así se describe el oscuro
destino del protagonista en la hermosa y un tanto siniestra novela “El Perfume”
de Patrick Suskind. Si no la han leído, corran a hacerlo, así tendrán al menos
un libro que mencionar cuando les pregunten por tres que hayan marcado su vida.
Me inclino a pensar que
algún brillante asesor le narró este pasaje a Peña Nieto como cuento antes de
ir a dormir y que teme que algo así le suceda cuando, el próximo sábado 1ero de
diciembre, sea ungido Enrique I tome posesión como dudoso jefe del
estado Mexicano, torre de marfil, titular del Gobierno Federal, arca de la
Alianza, cabeza del Poder Ejecutivo Federal, estrella de la mañana, comandante
supremo de las Fuerzas Armadas, rosa mística y presidente de los (todavía)
Estados Unidos Mexicanos.
Seguramente debe ser
eso: que Peña Nieto tenga miedo de que el amor del pueblo que lo eligió democráticamente
sea tan apasionado, incontrolable e intenso que no puedan contenerse y se
lancen sobre él. De otra manera, no me explico como por qué ese cerco “de
seguridad” alrededor del Palacio Legislativo de San Lázaro.
Me inclino a pensar, también,
que el cerco sirve como los que ponen en las alfombras rojas, para que los fans
puedan ver pero no tocar y ese seguramente es parte de su uso también. Claro,
las vallas podrían parecer un tanto altas, pero eso es porque no tomamos en
cuenta que la estatura promedio del mexicano es de 1.58 metros, lo cual
claramente señala que el futuro prisidente se preocupa por el nivel de obesidad
en México y con estas medidas nos invita a hacer levantamientos, a fin de hacer
ejercicio durante su asunción toma de poder, estableciendo así su
compromiso con la salud de los mexicanos.
Por supuesto que este
cerco es también para nuestra propia seguridad, no sea que nos veamos
deslumbrados por su aparición en público bajo el radiante sol de diciembre. Es un
mínimo gesto de cortesía por parte de nuestra virgen prudentísima cabeza
de Estado, que sabe que los mexicanos somos tan impresionables que verlo en
todo su esplendor sería el equivalente moderno a la égida de Zeus, y no quiere
arriesgarse a que caigamos fulminados por su sola presencia.
Me inclino a pensar todo
esto… y me caí de cabeza. Seguramente por eso me da por pensar estas
estupideces. El hecho es que, como leía en el muro de un amigo hace un par de
horas: un argumento para no votar por AMLO fue el cierre de Reforma. Así que votaron
(¿sí votaron, o no?) por el espejo de justicia Peña Nieto y su partido,
que desde su inicio han demostrado un profundo respeto por el estado de
derecho, las leyes escritas y aún las no escritas, las de mera convivencia. A
ellos jamás se les ocurriría cerrar la ruta al trabajo de los capitalinos o
incluso negar el derecho de libre tránsito de los vecinos de la zona, cerrando
desde calles hasta estaciones de metro y metrobús. ¡Por favor! ¿Con quién creen
que están tratando?
Lo que queda muy claro,
ya desde una semana antes de la coronación investidura de Enrique I
el nuevo presidente “electo” es que todos somos unos quejumbrosos y mal
pensados, que el pueblo lo ama, como ha quedado demostrado con las públicas
muestras de cariño que ha recibido desde que Calderón y el IFE lo justificaron
reconocieron como ratero corrupto triunfador indiscutible ay aja
de las pasadas elecciones. Lo demás son puras habladas y malas
interpretaciones, no sean malpensados.