viernes, 10 de diciembre de 2010

Su Nombre

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Para Jorge y Talo.

Es una tarde común y pesada, somnolienta y dañina, de esas en las que a uno vivir no le parece un milagro sino una insensatez. Todo el día papel tras papel lleno de galimatías, de palabras que, de tan repetidas y viejas, casi dañan la vista. La oficina densa y opaca entre el olor del café y el humo de cigarro. Es apenas la mitad del día y el cuerpo ya presentó una queja por explotación, la edad empieza a pesar, no tanto por los años transcurridos sino por el agotamiento que la frustración aporta en una cuota constante. Es apenas la mitad de un día que ha parecido eterno, y las horas que le quedan se antojan cadena perpetua. Esto no es vivir, caray, es sobrevivir apenas y con penas.

La puerta se abre con una brisa de lavanda y romero, breve pero certera, derramando sobre la alfombra todos los papeles que revisaba. Entró ella, la de la falda gris y ojos negros, con mochilita morada y tres libros de poesía junto al pecho.

Él le hace la seña de que pase, sin verla apenas, mientras con toda la apatía del mundo hace como que levanta los papeles. Así, con los ojos en calidad de Dédalo sobre la alfombra y las hojas regadas, no ve cómo ella cuelga la mochila de la perilla, deja los libros junto a la puerta y la cierra lentamente, sin apenas hacer ruido. No es sino hasta que escucha la llave girar que levanta la vista. Ella está apoyada sobre la puerta, las manos detrás de la espalda, con una mirada de absoluta inocencia y una media sonrisita, como si quisiera guardar la compostura.

Él se siente confundido, por no decir absurdo, en cuclillas sobre el suelo, con una hoja de papel en una mano, una pluma mordisqueada en la otra, la mesa llena de colillas de cigarro y cenizas, tres tazas de café vacías y manchadas y la boca entreabierta, con la incógnita colgada de la lengua.

Él se ha quedado mudo y ella se ha puesto seria. Con el ceño fruncido y casi severa, declara:

- Te ando buscando, amor que nunca llegas, te ando buscando, amor que te mezquinas, me aguzo por saber si me adivinas, me doblo por saber si te me entregas.

¿Qué responder a semejante enunciado? La cortesía literaria implicaría responder con un nuevo torrente de versos. Pero lo totalmente absurdo de la situación, de esa boca de niña soltando ritmo y rima, lo deja con una sola palabra:

-¿Eh?

Ella se encoge de hombros con gesto desenfadado y vuelve a mirarlo con una media sonrisa:

- Bien. No, no me preguntes. Torpeza de mujer, capricho, amado mío, capricho debe ser.

Tratando de enderezarse, aún haciendo como que hace, él la mira y no, buscando el final del ovillo que se enreda en su cabeza.

- Tampoco te entiendo, pero mientras tanto ábreme la jaula, que quiero escapar. – dice, gacha la cabeza, tratando de sonar calmado, sin que su voz le obedezca.

Ella se ríe, como si jugara tranquila en el jardín. Él siente que esa risa jala de unos hilos que él creía enredados e inmóviles desde tiempo atrás. Duda. Se aleja.

- ¿Tu nombre?

- Eva – responde ella, con una sonrisa que delata su mentira.

- Falso – él le responde.

Ella sonríe, concediendo la razón. Da tres pasos, con aire decidido.

- ¡Es tan mala la vida! ¡Andan sueltas las fieras…!

-Basta – pide él, queriendo alejarse. Ella no se detiene, sólo sigue sonriendo.

- Bravo león, mi corazón tiene apetitos, no razón.

Él toma asiento en su escritorio, poniendo una mesa de frontera entre la tentación acosadora y la castidad catedrática.

- Tu nombre –

- Carmen – miente de nuevo.

- Falso – responde, queriendo ser serio. Ella vuelve a reír y él de nuevo siente la capitulación tirándole de las rodillas.

- Acoge mi pedido: oye mi voz sumisa, vuélvete adonde quedo postrada y sin aliento. Celosa de tus penas, esclava de tu risa, sombra de tus anhelos y de tu pensamiento. – ella se levanta y rodea el escritorio. Se acerca a su costado izquierdo, busca sus labios, se busca en sus ojos – Te miraré a los ojos cuando la tarde abroche tu boca bien amada que no he besado nunca…

Él huye del beso, aunque sabe el Dios inmisericorde que lo que pedían sus labios era quedarse y beberlo.

- Unos besan las sienes, - él se levanta alejándose, rodeando de nuevo el escritorio – otros besan las manos, otros besan los ojos, otros besan la boca. Pero de aquél a este la diferencia es poca. No son dioses, ¿qué quieres?, son apenas humanos.

Ella se ríe de nuevo y se sienta en su silla, él no encuentra qué hacer consigo mismo. Ella se muerde los labios y él se muerde la lengua. Ella se ríe de nuevo, como retándolo a romper el silencio. Él cae en el juego.

- ¿Quieres ir a los bosques con un libro, - dice él, inclinándose ahora sí para recoger las hojas - un libro suave de belleza lleno? Leer podremos algún trozo ameno. – ella se levanta con deliberada lentitud. Él se siente perdido, pero aún se aferra a su bastión - Te pediré me cuentes tus amores y alguna historia que por ser añeja nos dé el perfume de una rosa vieja. – De nuevo deliberadamente, ella se arrodilla con absoluta parsimonia junto a él, recogiendo las hojas, tocándole la mano cada vez que se puede - En las grandes mujeres reposó el universo. Las consumió el amor, como el fuego al estaño, a unas; reinas, otras, sangraron su rebaño. – ella intenta tomarle la mano, él la esquiva y se pone de pie como quien recibe un shock eléctrico - De los libros las tomo como de un escenario fastuoso –

- ¿Las envidias, corazón mercenario?– se levanta ella, de nuevo acorralándolo.

Con las puntas de los dedos venciéndose desde la tabla de su resistencia, él aún tartamudea a media voz.

- ¿Tu nombre?

- Pandora – miente como antes.

- Falso. No puedes ser todas.

- Así somos, ¿no es cierto? Ya lo dijo el poeta: Deseamos y gustamos la miel de cada copa y en el cerebro habemos un poquito de estopa. – y vuelve a reír, mientras él, sin más defensa que sus manos, va retrocediendo sin mucha convicción con el escritorio de por medio.

- Mira que estoy de pie sobre los leños, - dice él - que a veces bastan unos pocos sueños para encender la llama que me pierde. – y esa llama se acerca a él, librando el obstáculo del escritorio por encima, con toda su agilidad felina, quedando a un suspiro de sus ojos asustados - Sálvame, amor, y con tus manos puras trueca este fuego en límpidas dulzuras y haz de mis leños una llama verde.

Convencida por fin de que las defensas han caído, ella ríe de nuevo, con total decisión, con total malicia.

- Si quieres besarme… besa, yo comparto tus antojos. – dice ella con la sonrisa pícara del gato en el país de las maravillas.

- Tu nombre – dice él, cayendo sobre su silla.

- Elena – responde ella, quieta; otra mentira.

- Falso. ¡Tu nombre verdadero!

Ella ríe, como no ha dejado de hacer. Toma asiento sobre el borde del escritorio y cruza los tobillos, como una niña buena.

- Dijiste la palabra que enamora a mis oídos. – él la mira son comprender - Ya olvidaste. – se encoge de hombros - Bueno. – con total calma, con actitud inofensiva, ella le retira el cabello de los ojos - Duerme tranquilo. Debe estar sereno y hermoso el rostro tuyo a toda hora. – sin siquiera meter las manos, él la deja hacer y ella acaricia su boca con los dedos - Cuando encanta la boca seductora debe ser fresca, su decir ameno; - ella se pone de pie, acorralándolo en la silla. Él ya no tiene deseos de seguir huyendo - para tu oficio de amador no es bueno el rostro ardido del que mucho llora.

- Oh, silencio, silencio... esta tarde es la tarde en que la sangre mía ya no corre ni arde. – él aún pone sus manos de barrera, intentando por última vez detener la marcha - Oh, silencio, silencio… en torno de mi cama tu boca bien amada dulcemente me llama.

Ella le toma las manos, apartándolas. Él se anima a verla a los ojos.

- ¡Cubre de bellas víctimas el suelo! – la sonrisa de ella ya no tiene nada de inocencia - Más daño al mundo hizo la espada fatua de algún bárbaro rey, y tiene estatua.

Él deja caer las manos a los costados, pero ya está vencido.

- Y no puedo ya más, en cada gota de mi sangre hay un grito y una nota. Y me doblo, me doblo bajo el peso de un beso enorme, de un enorme beso.

Ella se inclina sobre él, besándolo. Él al principio aún se resiste. Intenta alejarla y ella lo mira, muy seria, muy insistente.

- Escrútame los ojos sorpréndeme la boca, sujeta entre tus manos esta cabeza loca…

- Dame a beber veneno, - por fin decide rendirse - el malvado veneno que moja los labios a pesar de ser bueno. – y ahora es él quien la besa, quien la busca y ella no se resiste en absoluto, sino que se deja llevar, incluso lo controla.

La tarde pasa, no eterna e interminable como al principio se antojaba, sino en un devenir y mecer en el que el tiempo no es más que una palabra absurda.

- Mírame aquí a tu lado tirada dulcemente; soy un lirio caído al pie de una montaña... Mírame aquí a tu lado... Esa luz que me baña me viene de tus ojos como de un sol naciente. – dice ella.

- Oye: yo era como un mar dormido. Me despertaste y la tempestad ha estallado. – por primera y única vez, él ríe - Sacudo mis olas, hundo mis buques, subo al cielo y castigo estrellas. No me mires con miedo. Tú lo has querido.

- Salta y húndete mucho, oscila conmigo y que vibren las cosas… cambien y giren siempre hacia la luz – dice ella.

Y por un tiempo ninguno de los dos dice nada más.

Termina la tarde y comienza la noche. La oficina no es la misma de hace unas cuantas horas. Los dos dormitan sobre la alfombra, entre las hojas de papel, que yacen olvidadas. Ella lo mira, con su sonrisa pícara, con su mirada traviesa.

- Aquí, sobre tu pecho, tengo miedo de todo – confiesa él

- Estréchame en tus brazos como una golondrina – responde ella - y dime la palabra, la palabra divina que encuentre en mis oídos dulcísimo acomodo. Háblame de amor, arrúllame, dame el mejor apodo, besa mis pobres manos…

Sin saber aún bien qué hace, él le besa la frente. Ella se pone seria de pronto y lo mira interrogante. Él aún no sabe bien qué hacer, atina a hilar un par de palabras.

- Tu nombre.

Ella aún no responde. Al contrario, se levanta, se viste, recoge sus libros. Los hojea con aire indolente. Él la mira sin comprender o sin querer comprender.

- Me besarás los ojos… estarás a mi lado… - dice él mientras ella se levanta.

- Adiós, hasta mañana, hasta mañana amado – dice ella, mientras abre la puerta y desde el umbral lo mira. Su rostro en sombras deja que se adivine por última vez la sonrisa, mientras él se medio incorpora entre las hojas regadas, las colillas de cigarro y las tazas sin café.

- Mi nombre. Dolores, profesor. – y sale con una sonrisa y un beso.

La noche es cálida y sopla un viento fresco, una noche de esas en las que vivir es poco más que un milagro. La oficina impregnada de la brisa de lavanda y romero, los labios retienen un sabor a cereza. Él sigue donde ella lo dejó, sobre la alfombra entre los papeles llenos de galimatías, de palabras que, de tan repetidas y viejas, casi dañan la vista.

- Es una boca más la que he besado. – dice él, mirando el techo, pasándose las manos sobre los ojos, como intentando borrar su imagen - ¿Qué hallé en el fondo de tan dulce boca? ¿Que nada hay nuevo bajo el sol y es poca la miel de un beso para haberlo dado? – Mira hacia la ventana, ya es noche cerrada y apenas se ve nada entre las sombras del exterior. No es nada, sin embargo, (si pudiéramos ver las sombras que se ciernen ahora dentro de la oficina...) - Heme otra vez aquí, pomo vaciado. Bajo este sol que a mis espaldas toca a la cordura vanamente, invoca mi triste corazón desorbitado. ¿Una vez más? … Mi carne se estremece y un gran terror entre mis manos crece, pues alguien da mi nombre a los caminos.

El presente texto nació como el argumento para un cortometraje erótico en la materia de Lenguaje Cinematográfico. Francamente, eso de escribir en imágenes aún no se me da. Los versos son autoría de Alfonsina Storni y no puedo declarar mi propiedad sobre ellos. Todo lo demás es mío, salvo tal vez la fantasía común de la lolita y el profesor.

viernes, 3 de diciembre de 2010

“SOBRE LA IMPORTANCIA DE UNA VISIÓN SISTÉMICA”

Un ensayo para mi Seminario de Teoría Organizacional con la profesora Rubí Iris Medina Canseco.
Aproximadamente en el siglo V a.C., el filósofo griego Heráclito llegó a la conclusión de que “nadie puede bañarse dos veces en el mismo río”, explicando el concepto de cambio como un proceso en el que el cosmos se encuentra en constante movimiento, un movimiento que, aunque imperceptible, resulta imparable. Así, explicaba Heráclito que, aunque las cosas parezcan incólumes, nunca son exactamente las mismas. Heráclito creía también que, así como el sencillo goteo del deshielo en las montañas crece y corre hasta convertirse, en los verdes valles agrícolas, en el caudaloso río en el que nadie se puede bañar dos veces, del mismo modo cada pequeña acción y cada pequeño suceso ejercía su sutil influencia sobre el gran devenir del cosmos cambiante.

Unos cuantos añitos después, cosa de dos milenios más o menos, el Dr. David Bohm, un físico de la Universidad de Londres, rescató la idea de Heráclito para formular una teoría que intenta abarcar al Universo como un todo fluido y compacto, introduciendo el concepto de la lógica del cambio, donde resaltan los conceptos de “flujo” y “cambio”, de nueva cuenta nos hablan de un proceso continuo e imparable, un proceso oculto “por debajo de la realidad”.

Tiempo después, los biólogos chilenos Francisco Varela y Humberto Maturana acuñan el término autopoiesis a partir de los vocablos griegos αυτο-auto (“sí mismo”) y ποιησις-poiesis (“creación” o “producción”), literalmente significaría “producirse a sí mismo” o “crearse a sí mismo”. Es decir, la existencia de organismos y/o sistemas capaces de autorregularse, autotransformarse, en este caso a partir de la influencia de condiciones internas y externas. De hecho, para la autopoiesis no existe tal cosa como condiciones internas y externas, sino que todo forma parte de un sistema que está en constante intercambio.

Y, sobre los sistemas, hay que señalar al responsable de la Teoría General de Sistemas, el alemán Ludwig von Bertalanffy, quién señaló la existencia de sistemas dentro de sistemas (por ejemplo, el cuerpo humano) así como el hecho de que los sistemas son abiertos, no hay una frontera y/o un corte específico entre el sistema y su entorno o los otros sistemas, sino que están en constante intercambio de información y energía.

Llegados a este punto ya podemos pasar de los antecedentes. Me imagino que a estas alturas habrá lectores que ya habrán dejado la lectura, otros más pensarán que sólo estoy “echando rollo” y un par se habrá suicidado. Para aquellos lectores que hayan resistido la exposición de estas distintas visiones, llega el punto en el que se conecta con el tema que nos atañe: las organizaciones.

Considerar a las organizaciones como un sistema, como un “todo organizado conformado por partes que trabajan en conjunto”, no es en absoluto disparatado. Todo lo contrario, desde las primeras escuelas administrativas, se consideraba a las organizaciones como un conjunto de engranajes que, trabajando en armonía, garantizaban el éxito y supervivencia de la organización. Claro que los métodos para que el sistema funcionara fueron muy distintos y se fueron modificando conforme se transformó la economía, la sociedad, la visión humana, etc. Sin embargo, el elemento coincidente en las visiones fue el considerar al todo en conjunto con sus partes.

¿Cuál es pues la diferencia y por qué hacer hincapié en la visión sistémica, si es algo que viene casi gratuito? En realidad, como se mencionó, el elemento diferenciador de la teoría de sistemas consiste en la inclusión del contexto en la ecuación. Cierto que ya desde antes se consideraba a la organización como sujeta a las condiciones del entorno, el asunto aquí es que la visión sistémica no considera a la organización como sujeta al entorno, ni siquiera la considera como inmersa en este, sino que considera al entorno como PARTE del sistema.

¿Suena redundante el discurso? No importa, sigamos, ya quedará claro el por qué. Quedó ya dicho que el contexto es parte del sistema… pero ahora sucede que en el mismo contexto se encuentran inmersas otras organizaciones… ¿son estas también parte del sistema? Sí y no. Son parte del sistema en tanto cada modificación en estas afecta al contexto, que a su vez afecta a la primera organización. Podemos decir, de manera general, que se trata de sistemas y subsistemas interrelacionados, donde cada organización debe considerar la existencia, condiciones y cambios en las otras como un elemento que eventualmente implicará un cambio directo en ellas mismas.

Pongamos un ejemplo muy concreto para que quede claro: Hay un banco, llamémosle Banamox. Este banco tiene sus tarjetas de débito, de crédito, sus cuentas de cheques, etc., y sus modalidades, ofertas, intereses y demás asuntos ya establecidos. Banamox está, por supuesto, inmerso en un contexto, en este caso llamado mercado, en este caso el mercado financiero. Ahora bien, hay otro banco, llamémosle Sentendar, y Sentendar decide que a partir de ahora no cobrará intereses en sus tarjetas de crédito. Esto provoca que las preferencias de los clientes se dirijan hacia Sentendar, modificando las tendencias del mercado. Con esto, lo que le resta a Banamox es seguir la dirección que el mercado está siguiendo, dirección introducida en principio por Sentendar, y adoptar la medida de no cobrar intereses en sus tarjetas de crédito. Y por supuesto que, todas las instituciones bancarias (Bancemor, HCBS, Scatiobank, Exi, etc) tendrán que adoptar la misma medida, para adaptarse a las condiciones del mercado y garantizar su competitividad y permanencia.
Y, una vez que hemos tocado el punto de la competitividad y permanencia, pasemos a un breve listado de los puntos que las organizaciones deben considerar para evitar que, llegado algún momento de crisis, se esté en posición de rascarse la cabeza y preguntar “Y’ora, ¿qué pasó?”:

1. Sensatez sistémica. Éste concepto, propuesto por Bateson, implica la posibilidad de encuadrar aquellas intervenciones que influyen en el modelo de las relaciones que definen el sistema. Según nos señala Bateson, el conocer aquellos elementos que pueden influir de manera directa o indirecta en las distintas partes del sistema, en sus componentes, es poder prever, anticipar e incluso planear las acciones.

En el caso de Banamox, por ejemplo, conocer qué están haciendo los demás bancos, cuál es la situación económica actual predominante, cuándo y en qué se invierten las cantidades más importantes, etc. implicará la posibilidad de preparar estrategias que permitan no sólo ofrecer los productos más atractivos y novedosos a sus clientes, sino incluso adelantarse a las condiciones del mercado y, por ejemplo, evitar grandes pérdidas en un contexto económico inestable.

Una organización sensata parte de un profundo conocimiento de sí misma, ya que no puede aspirar a conocer ni su contexto ni sus posibilidades con respecto a él si no conoce sus fortalezas, debilidades y/o límites. Además, es necesario que las organizaciones comprendan que el entorno forma parte de sí mismas, una parte susceptible a cambios generados por la organización y también capaz (como ya se ha mencionado tal vez un poco insistentemente) de generar o forzar cambios en la organización. Este hecho de admitir al entorno como parte del sistema… aún yendo más allá, admitirlo al interior del sistema, favorece no sólo las relaciones y las interacciones, sino también el aprendizaje y la transformación.

Una organización sensata es, pues, aquella consciente de su rol y su significado dentro del sistema mayor. Este conocimiento lleva a explorar e incluso explotar su capacidad innata y sus posibilidades para generar modelos de cambio y desarrollo, modelos que le permitan evolucionar junto con el sistema.

Esta sensatez sistémica implica también saber que las organizaciones evolucionan o desaparecen con los cambios ocurridos en su contexto y su gestión estratégica. Por lo mismo, el éxito de estas organizaciones depende de actuar en concordancia con el contexto al que pertenecen. Sólo se puede sobrevivir CON y nunca CONTRA el entorno.
Un ejemplo muy claro está en los relojes de resorte, que terminaron por extinguirse a favor de los relojes con mecanismos digitales; los artesanos relojeros no consideraron una actualización, no consideraron adaptarse a su entorno, y tuvieron que resignarse a perder terreno frente a empresas como Casio.

Otro ejemplo está en las máquinas de escribir Olivetti, que quedaron obsoletas frente a un entorno donde las computadoras ganaban terreno. Para cuando Olivetti quiso reaccionar, el mercado estaba ocupado y las marcas líderes posicionadas.

2. Evitar el “egocentrismo” sistémico. En este caso, se trata de todo lo opuesto a una organización sensata. Se considera egocéntrica aquella organización que piensa en el entorno como un elemento ajeno, apenas relacionado consigo misma, como un simple escenario que afecta en poco o en nada las condiciones en las que se desarrolla.

Una organización egocéntrica es también aquella que se impone una visión rígida, aquella que tiene un concepto inamovible sobre lo que es y lo que hace, y se limita a mantener o incluso imponer dicha identidad a toda costa. Un ejemplo es el caso de la marca de pantalones Topeka, que se ha quedado desactualizada en cuanto al mercado de la moda. Topeka se dedica a hacer pantalones resistentes, antimanchas, de planchado fácil, pero muy tradicionales; Topeka no ha innovado en cuanto a materiales, colores o diseño desde la década de los 80. Esto se ha visto reflejado en que, de ser una de las marcas más vendidas y más populares, Topeka sea hoy una marca prácticamente desconocida y al borde de la desaparición.

Otro aspecto a resaltar de las organizaciones egocéntricas es el hecho de que están bien convencidos de su propia importancia y dejan de lado todo aquello concerniente con el sistema en el que están inmersas. Es el caso, por ejemplo, de las procesadoras de papel que, en aras de un lucro rápido, promueven la deforestación y desechan sus químicos y celulosa en los ríos. Estas plantas, a la larga, sufrirán un aumento en los precios y una escasez de su materia prima, que es la madera; además, la contaminación de los ríos, aunque no afecte directamente a la planta, afecta a la comunidad en la que la planta está ubicada y terminará por afectar no a la organización sino a las personas que laboran en ella, con desecación, desertificación o hasta envenenamiento con metales pesados.

Por último, las organizaciones egocéntricas se rigen por el “a ver qué pasa” en lugar de tomar acciones y configurar “lo que pasa”. Como parte del sistema, las organizaciones tienen inferencia en el entorno. Es por eso que actuar con el “a ver qué pasa”, implica renunciar a la posibilidad de modificar las condiciones a favor de la organización, a riesgo también de que algún competidor se adelante y entonces se encuentre en desventaja.

Es cierto que la complejidad de los sistemas es tal que incluso pareciera que los cambios llegan a depender del azar, pero confiar en que este “azar” actúe a favor sólo porque Jebús nos va a iluminar es jugar a la ruleta rusa. La mejor manera de prevenir inconvenientes, reveses y crisis es actuar en contra de ellos desde antes que se den: “la peor crisis es la que no se prevé”.

3. Contemplar una “lógica de causalidad recíproca”. La visión tradicional nos dice que a cada causa corresponde un efecto lineal. En un enfoque sistémico hay que desechar dicha visión: dentro de un sistema no hay un punto de partida definido, sino que hay múltiples causas y cada una de estas tiene múltiples efectos. Es un poco como cuando se colocan las bolas al inicio de un juego de billar: la bola blanca puede ser el desencadenante inicial, pero cada una de las bolas que golpea también golpea a las demás. Se puede visualizar también como las pequeñas ramitas en un racimo de uvas o incluso como las hebras de una telaraña, donde cada punto se conecta con los demás por medio de diversas ramificaciones.

Esta lógica de causalidad recíproca tiene también una estructura en forma de arcos o aún de un bucle, es decir, de un ciclo. Por ponerlo de una manera muy gráfica, como un resorte. Así, un paso inicial da lugar a otro y este a otro y así sucesivamente, que eventualmente volverá al punto inicial.

La importancia de esta visión al interior de una organización puede parecer sacada de la manga. No hay tal. Existe un relato interesante para ejemplificar esto:

“En una zona rústica de Inglaterra sucedía un hecho muy curioso, y es que a una época de bonanza y abundancia se sucedía inexplicablemente una época de escasez, bajas cosechas y hambruna. Los habitantes, intrigados y cansados, decidieron contratar los servicios de un detective de cierto renombre.

El detective llegó y, tras observar con atención las costumbres y estudiar las tierras de los sembradíos, reunió al pueblo y les expuso sus averiguaciones.
Cuando las cosechas eran malas y escasas, los hombres del pueblo debían abandonarlo para buscar trabajo en la ciudad, dejando a las mujeres solas y ellas, para acompañarse en su soledad, se conseguían gatos. Los gatos se comen a las ratas, y las ratas se comen las cosechas, por lo que cuando el pueblo se llenaba de gatos se acababan las ratas. Sin ratas, las cosechas podían crecer en abundancia, por lo que se avecinaba una época de riqueza.

Con este bello panorama, los hombres regresaban al pueblo a trabajar y, ya que andaban por ahí, pues se casaban. Las mujeres casadas ya no necesitaban gatos. Pero, cuando ya no había gatos, las ratas volvían, se comían las cosechas y todo comenzaba otra vez.

La solución del detective fue, pues, que cada familia tuviera un gato y lo cuidaran bien. El pueblo obedeció y todos vivieron felices para siempre”.

En este caso, las organizaciones deben saber que sus reveses y altibajos no tienen una sola causa y que muchas veces estas no son directamente identificables, sino que pueden venir de áreas tal vez un tanto lejanas y desatar una reacción en cadena que termine por alcanzarlas. Cierto que el acometido de vigilar todos y cada uno de los posibles elementos que pueden o no afectar de manera cercana o lejana a la organización es titánica, por decir lo menos. Lo que sí se puede hacer es, una vez conscientes de esta situación, mantener en equilibrio las distintas áreas de la empresa y vigilar constantemente la situación del entorno inmediato, es decir, aquél que está dentro del sistema.

Por último, es mi obligación puntualizar lo siguiente.

La visión sistémica, la Teoría de Sistemas, cuenta a su favor con la posibilidad de la organización de ajustarse a diversos cambios e incluso de crear las condiciones necesarias para seguir actuando en el sistema a su favor, además de que supone una autocrítica constructiva y el conocimiento de sí misma.

Pero también es cierto que complica las cosas dado que no permite establecer límites definidos: al contemplar al entorno dentro del sistema, ¿dónde debemos parar? ¿Hasta dónde se cuenta como dentro y desde dónde se puede considerar como fuera? ¿Es eso siquiera posible?

Además, supone la complicación de que las relaciones y direcciones resultan más que evidentes con un análisis retrospectivo, pero es virtualmente imposible abarcar todas las posibilidades a priori. La misma carencia de límites y el hecho de que para cada causa haya innumerables posibles efectos y para cada efecto haya una multitud de causas implica que, necesariamente, siempre habrá una cantidad importante de condiciones y situaciones fuera de control. Un análisis de este tipo con miras a futuro debe saber que nunca abarcará todo, sino que por fuerza se le escapará algo; pero finalmente una aplicación efectiva de los puntos arriba mencionados disminuye la posibilidad de que aquello que escape a un análisis a futuro conlleve consecuencias serias para la organización.

Finalmente, el hecho de que la Teoría de Sistemas, la visión sistémica, sea una de las más completas dentro de las visiones posibles no implica que sea la más sencilla. Tampoco es una receta de cocina de éxito garantizado. Pero, también es cierto que, en un mundo donde todos los aspectos de existencia (social, económico, político, tecnológicos, etc) están íntimamente interconectados e influyen grandemente en todos los demás, ignorar un solo aspecto del contexto implica perder una parte importante del panorama, que después resultará perjudicial… tal vez incluso letal para ese sistema vivo y en movimiento que es una organización.

martes, 30 de noviembre de 2010

La Gloria Eres Tú

“Ya no estás más a mi lado, corazón, en el alma sólo tengo soledad,
Y si ya no puedo verte, ¿por qué Dios me hizo quererte para hacerme sufrir más?


Ése día, cuando regresé y vi las sombras producidas por las rosas –rosas rojo sangre- y el sol del mediodía frente a la ventana, pensé en lo mucho que a ella le gustaba ése efecto. Acomodé las rosas de la manera que sabía que ella lo hubiera hecho y me alejé para admirar el resultado.

“Olvídalo” dijo una voz dentro de mi cabeza “Ella no volverá, ¿de qué sirve?”

Sin hacerle caso, fui a la cocina. Trabajando con esmero, al cabo de un rato el olor del aceite de oliva, el perejil, la salvia, el romero y el tomillo inundó mis pulmones. Su comida favorita. Con un poco de queso y vino tinto, como a ella le gustaba.

“¿Tiene caso que te atormentes?” preguntó la voz en mi cabeza “Ella se ha ido, entiéndelo.”

Decidí ignorar la voz de nuevo. Dejé la mesa puesta. Me ocupé de la música. ¿Jazz? No, no creo ¿Baladas? Hoy no, demasiado lastimosas. ¿Qué crees tú entonces? Mmhhh, no sé. ¿Te parece bien algo de guitarra? Depende ¿Boleros? De acuerdo. Y mientras la bocinas sonaban tenuemente “Como un rayito de luna entre la selva dormida…” decidí darme un baño. El agua caliente me relajó. Sentí que todo lo pasado se escurría en gotitas de sudor, y cuando terminé supe que todo (sus ojos cerrados, las palabras del sermoneador, el llanto de los dolientes, y –sobre todo- los pésames) se había ido. Estaba limpio.

“Tal vez” insistió la voz en mi cabeza” pero eso no cambia el hecho de que ya no volverá. Se fue y no hay marcha atrás.”

Pasando los comentarios por alto, me dirigí a la recámara. El traje azul que yo tanto odié y que a ella tanto le gustaba. La camisa blanca que ella me regaló junto con su infantil corbata de Mickey Mouse. El perfume de romero que siempre me negué a usar porque su olor no me gustaba y que a ella le encantaba. El aroma esta vez no parecía de insecticida, sino que tenía impregnada cierta añoranza… el recuerdo… a ella…

“¿Para qué?” insistió la voz en mi cabeza “Déjala irse”

Me miré al espejo mientras en la sala sonaba “Sin ti no podré vivir jamás, y pensar que nunca más estarás junto a mí…” Como para desmayarla, si aún estuviera en condiciones de desmayarse. Hay que actuar en justa reciprocidad. Abrí su clóset, y el olor a laurel de su perfume –su fragancia- me envolvió dulcemente, tal como solía hacer ella con sus brazos. La blusa roja y el pantalón negro que usaba invariablemente cada vez que quería ‘verse presentable’. Sus emblemáticos tenis negros no los encontré (obvio, se los llevó) así que sólo dejé las tobilleras negras (de cualquier manera, ella siempre andaba en calcetines por la casa)

“No vendrá, no volverá” repetía la voz en mi cabeza “¿No lo entiendes? ¡Está muerta! Se ha ido. No volverá, no vendrá.”

“Lo hará” dijo entonces una voz, no en mi cabeza sino cálida en mi pecho “Lo sabes.”

“¡Lo hará!” gritó la voz en mi pecho, acallando la de mi cabeza, y mi propia voz le hizo eco.

Me dejé caer exhausto en la cama y me sumí en un sueño profundísimo, dejándome caer en la oscuridad entre las notas de “Pasarán más de mil años, muchos más…”

Es ella… me llama… “No es posible” dice mi cabeza. “¿No es posible?” pregunta mi pecho. ¿Por qué te fuiste? ¿Me fui? Me has dejado solo… ¿Solo? “Solo” dice mi cabeza “Ella ya no está.” “¿No?” pregunta mi pecho “¿Seguro?” ¿Seguro? No lo sé. Llámala, tonto. No pierdas el tiempo. ¿Vendrá? “No seas tonto, los muertos no vuelven” es mi cabeza. Pero mi pecho… “Ella está aquí”

Al abrir los ojos no sé dónde estoy. Me siento desubicado y muy cansado. Ése olor a romero… hay algo más, ¿laurel? Me siento en la cama. Ya es de noche. Alguien prendió las lámparas para proyectar las sombras de las rosas sobre el piso. ¿Ruido en la cocina? Vino sirviéndose en una copa (“¿Es tan fuerte el recuerdo?” pregunta una voz, aunque no sé cuál) ¿Subió el volumen de la música? Quién sabe cuántas veces se habrá repetido el disco… ¿Se repite? Tengo la impresión de que esto ya ha pasado…

Una sombra en la puerta. Blusa roja, pantalón negro, los emblemáticos tenis… Ella se acercó a la cama y me besó, y yo cerré los ojos y me perdí en su abrazo mientras el estéreo tocaba (¿De nuevo? Indefinidamente) “Sí, alma mía, la gloria eres tú...”

miércoles, 3 de noviembre de 2010

En la mira de Ulises Castellanos


En el marco del Coloquio de Fotoperiodismo en la Unidad de Investigación Multidisciplinaria de la Facultad de Estudios Superiores Acatlán, se presentó el texto “En La Mira. Apuntes De Un Editor” de Ulises Castellanos, experimentado y reconocido fotoperiodista y, como el título especifica, editor, además de fungir como profesor en la Universidad Iberoamericana. En la presentación participaron además Arturo Salcedo Mena, Maestro en Ingeniería de Imagen, y el fotoperiodista y editor fotográfico Arturo Bermúdez, en sus tiempos alumno de Castellanos.
La labor periodística en nuestro país es compleja, por decirlo casi eufemísticamente. De hecho, se ha llegado a calificar el de periodista como uno de los oficios más peligrosos en México y, en correspondencia, se considera a México como el país sin conflictos bélicos (no, no cuenta la “lucha contra el narcotráfico”) más peligroso para los periodistas. En esta atmósfera, ¿cómo fungir como periodista? Más aún, ¿cómo fungir como fotoperiodista?
Parecería que salir con una cámara y sacar fotos de la cotidianidad (que en nuestro país, sobre todo en el norte, es prácticamente cobertura de guerra) es un ansia francamente suicida. ¿Cómo decide un joven de 20 años, edad aproximada de Castellanos cuando le fueron publicadas sus primeras fotos, salir de la seguridad de su casa y de su facultad para apuntar el obturador al mundo, con el riesgo de que lo que a él le apunte sea mortífero? Tanto Castellanos como Bermúdez coinciden en una palabra: pasión.
Analizando tanto el discurso como la historia y la trayectoria de ambos editores, es sencillo llegar a la conclusión de que el motor primigenio de tanta actividad y tanto trabajo es la pasión: pasión por la imagen, por la historia… por la vida misma que se deja reflejar a través de una lente y hacia el papel… o el mundo digital. Mencionaba Castellanos que las imágenes son también memoria. Muy cierto. Totalmente. Es automática la máxima de que “una imagen vale más que mil palabras”. Sí, eso también. Pero no cualquier imagen vale. No cualquiera puede “imaginar” al grado de que el mensaje sea efectivo. De nueva cuenta, la pasión del fotoperiodista lleva a la práctica, al ansia de mejorar, al deseo constante de un buen editor fotográfico de mostrar al mundo cómo se ve a través de la lente de una cámara.
En una sociedad tan poco analítica como la nuestra, dónde las imágenes no sólo deben valer más que mil palabras, sino que aunque haya cincuenta palabras, apenas el 5% de la población las lee, por lo que la imagen en sí debe incitar a la lectura como quien incita a pecar, la labor del fotoperiodista no es fácil. Venderse en lugar de convencer es una sombra constante sobre el hombro. La realidad debe ser retratada y mostrada sin retoque, sin Photoshop. Nadie que no se sienta apasionado por el reto se aferrará a estos principios, antes bien renunciará a ellos en pos de una zona de confort.
Al final, ¿qué nos queda? Apasionarnos. Arturo Bermúdez lo está y por eso se aferra a salvar el Mirador de Milenio, por eso incita a los jóvenes a acercarse, a buscar, a publicar. Por eso reparte número de celular y dirección de correo electrónico a los estudiantes interesados. Ser un apasionado. Ulises Castellanos lo es, por eso este libro, “En La Mira. Apuntes De Un Editor” donde no sólo comparte su historia para aprender de sus aciertos, errores y experiencias, sino que también comparte secretos, tips, mañas… Al final queda, pues, un texto que debería (más bien, deberá) ser de referencia obligada no sólo para el fotógrafo y/o el periodista, sino para todo aquél que deseé perseguir su pasión y hacerla bien.





Enlaces de interés:
http://enlamira-ulysses.blogspot.com/
http://ulisescastellanosherrera.blogspot.com/

jueves, 14 de octubre de 2010

El Destino De Casandra

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Ése día amaneció particularmente benigno. Al menos, eso le pareció en un principio a Sybil, que miraba al desierto desde la puerta de la estación. No era el mejor día para pasar en los túneles subterráneos del barrio viejo en busca de infectados, pero órdenes son órdenes. A sus espaldas el ingeniero en jefe, Beltrán, subía el cierre de su traje diario y revisaba por enésima vez sus aparejos de filtración.

- Esa puerta se abre en 20 minutos, traiga máscara o no, ¿me comprende? – le dijo con tono severo – Se diagnosticó lluvia para la tardenoche, así que hay que volver antes.

Sybil lo miró con desdén. Lo cierto era que, desde que tenía memoria, había deseado sentir lo que las memorias llaman “brisa fresca” sobre su cara. Pero la brisa que soplaba en el Nuevo Planeta Azul (también llamado en las crónicas como Nebulente o sólo 33-3) era un viento venenoso que primero resecaba la piel, después escocía a los ojos y al final hacía sudar sangre para que el infeliz que decidiera tomar el riesgo muriera entre estertores, tratando de respirar. Además, el polvillo platino y pardo que componía el desierto, producto de la guerra de años atrás entre Orgánicos y Creados, se pegaba a todas las superficies disponibles y quitarlo era terriblemente difícil, aún con los modernos y convenientes campos magnéticos.

El resto del equipo terminaba de ajustarse los trajes, mirándola de manera reprobatoria, por lo que Sybil decidió mejor dejar de admirar al horizonte y prepararse para salir. Todos los preparativos eran pocos. El aire de afuera era definitivamente tóxico y, aunque a veces había burbujas del respirable Peso 8, no había manera de saber cuándo se entraba o salía de una. Podía ser que la burbuja se extendiera un par de metros o hasta algunos kilómetros, pero si se salía de ella sin casco… bueno, era mejor no arriesgar.

Mientras ajustaba las correas herméticas del traje verde oscuro (lo único verde en esa superficie desde hacía décadas), se preguntó por enésima vez cómo encajaba una principiante de Histología en esas expediciones. El resto del equipo estaba compuesto por cinco ingenieros: Computacional, Robótico, Eléctrico, Geofísico y el jefe Químico. ¿En dónde podía encajar un estudiante de tejidos? Ni que se fuera uno a poner a analizar todo bajo microscopio en cada expedición, incluso suponiendo que se consiguieran muestras.

Era importante saber qué se movía afuera. Las condiciones de vida se habían mantenido más o menos iguales desde años antes, desde la guerra de los Prometeos que había tenido lugar hacía… hacía… bueno, hacía ya un buen número de años. Los avances tecnológicos habían hecho posible que cualquier individuo con 2 dedos de frente ensamblara una copia idéntica de sí mismo, que pudiera salir al “exterior”, al mundo de atmósfera irrespirable, herencia de siglos anteriores. Estos humanoides, conectados de manera bastante simple al sistema cerebral de los humanos, podían andar, sentir, comer, moverse y hasta dolerse como el humano que los controlaba seguro desde el bunker subterráneo donde aún se podía respirar. Así, los humanos permanecían a salvo y no se privaban de largas caminatas bajo el sol amarillo.

Sin embargo, pronto los humanos se dieron cuenta de que sus creaciones comenzaban a salirse de control: conservaban recuerdos y convicciones que no provenían del humano original, a veces iban a lugares a los que el original no deseaba ir. Con el tiempo, estas incongruencias decantaron en abierta rebeldía y la rebeldía pronto se extendió e infectó a la inmensa mayoría de los humanoides. Las creaciones (o Creados, como se les pasó a llamar) decidieron liberarse del control de aquellos a quienes bautizaron como Orgánicos. Las guerrillas se libraron tanto en la ciudad subterránea como en la planicie exterior, sin que hubiera un ganador definitivo; esto porque, con el tiempo, se hizo complicado discernir quiénes eran humanos y quiénes humanoides. Los humanoides contaban, sin embargo, con la ventaja de poder respirar tanto en la corrosiva atmósfera exterior como en la respirable atmósfera subterránea, de tal manera que podían cubrir mucho más territorio.

Tras años y años, tantos que se perdió memoria del origen de la guerra, los humanos decidieron competir en la ventaja de los Creados. Además de los trajes de filtración, inventados al comienzo de la guerra, crearon los bunkers de superficie. Crearon también los desactivadores infrarrojos, capaces de terminar a la mayoría de los modelos de Creados. Esto fue mermando las fuerzas enemigas y, eventualmente, decidió la victoria de los Orgánicos.

Al final, lo único que quedó fueron armazones de Creados y cadáveres chamuscados de Orgánicos. Los Creados remanentes se refugiaron en las sombras de la ciudad subterránea, que poco a poco fue perdiendo sus reservas de Peso 8, al grado que los pocos habitantes que sobrevivieron a la guerra debieron refugiarse en los antiguos puestos de batalla, los bunkers, resignándose a no respirar más que un compuesto artificial, comer imitaciones artificiales y beber simulaciones artificiales. La guerra se había ganado al menos.

Mientras calibraba su aparato de filtración, Sybil tropezó de espaldas con el ingeniero Beltrán, provocando que se rompiera una botella de pseudhidro… bueno, como si no fuera suficiente meter la pata constantemente, ahora también ponía en riesgo la supervivencia del equipo, derramando un litro de líquido hidratante que no sería resurtido sino hasta un par de semanas… y eso si es que llovía algo medianamente potable.

Así pues, las miradas del equipo la perforaron de arriba abajo, y Sybil volvió a notar la incomodidad del novato. Cierto que esta era ya su tercera expedición, pero también era cierto que la expedición pasada le había dejado una pésima impresión:

Después de perseguir a uno de los infectados por medio laberinto, lo habían por fin acorralado. Se trataba de una fémina menuda, pelirroja y de ojos oscuros, que los miró desafiante… uno de los últimos modelos, seguramente, de los más modernos. Incluso daba la impresión de que sudaba. Muy realista. Beltrán le había apuntado con el desactivador infrarrojo y no había funcionado. La humanoide (los androides habían dejado de existir hacía un buen tiempo) los había mirado… lo cierto es que parecía tener miedo, pero por supuesto que era sólo una ilusión…

Beltrán la había interpelado: ¿qué modelo era y cuál era su número de serie? Ella permaneció muda, sólo mirándolos. Elah, el Robótico, le había preguntado por su antigüedad… tampoco obtuvo respuesta. Ismael, David y Samuel, el Computacional, Electrónico y Geofísico habían opinado que lo mejor era simplemente inmovilizarla y buscar el mecanismo de apagado. Pero Sybil había visto algo en el rostro del humanoide que la incitó a preguntar “¿Quién eres?” La simulación la miró con sus ojos oscuros y susurró con una vocecilla casi infantil:

- Casandra.

De inmediato, Elah la había reprendido. Aquello no era un “quién”, le advirtió, era un “qué”. Y su trabajo no era hacerse su amiga, sino terminarla. A esto, el humanoide intervino:

- No soy un qué. Soy Casandra. Sé lo qué piensan, que vienen por mí… ¡pero soy Casandra! Tuve una madre y un padre. Mi padre fue asesinado a las puertas de mi casa y mi madre se volvió loca. A mí me secuestraron, pero… pero…

David aseguró que nada de eso era cierto, que los Creados constantemente se inventaban vidas propias a partir de la de sus Orgánicos propietarios, pero el humanoide insistió.

- No, yo soy tan humana como cualquiera de ustedes. No recuerdo qué pasó, pero escapé… escapé… y he estado escapando desde entonces… ¡Yo soy Casandra! ¡Yo soy Casandra! – repetía el humanoide una y otra vez. Lo peor estaba por venir: en un arrebato idéntico a los humanos ataques de histeria, el humanoide comenzó a correr, huyendo. Cuando por fin lograron alcanzarla y someterla, continuó debatiéndose y repitiendo:

- ¡Yo soy Casandra! ¡Yo soy Casandra! – lo repitió mientras intentaban inmovilizarla, y lo siguió repitiendo mientras, para poder terminarla, se vieron obligados a desmantelarla. Uno a uno, le fueron removidos los esbeltos brazos, las largas piernas… cuando le arrancaron la lengua, continuó protestando a gritos. Cualquiera hubiera jurado (si no fuera imposible) que sus ojos retrataban dolor, cualquiera hubiera jurado (si no fuera imposible) que estaba a punto de llorar… cuando la despojaron de la caja de sonido, se podía escuchar al mínimo volumen aún la articulación continua del “Yo soy Casandra”.

La escena había causado tal impacto en el temple aún blando de Sybil que, apartándose del grupo, sintió cómo pugnaban por brotar unas lágrimas que le estaban vedadas como miembro del Escuadrón Limpieza. Ismael la vio y, con el mismo gesto torvo que parecía ser el sello de excelencia al servicio, le dijo:

- Tienes prohibido llorar y tú lo sabes… una sola lágrima es baja deshonrosa. Es por eso que no debes hablar hasta que reúnas experiencia. Nosotros fungimos para estos criminales de guerra el papel de juez, jurado y verdugo, no hay lugar para la lástima o la piedad. Estos humanoides infectados de verdad creen que son humanos, por eso son tan convincentes. – agregó, mirándola de frente - Ahora, recoge una muestra de tejido… y cuidado, porque ese aceite multigrado está por todos lados… hasta en eso son engañosos: ¡cualquiera pensaría que es sangre humana!

Sybil obedeció y recogió la muestra de tejido mientras los demás limpiaban sus herramientas tecnicidas como si fueran los elementos de un picnic. La rabia por la ausencia total de sentimiento por parte de esos hombres la enfureció, haciendo temblar sus manos. Se cortó, contaminando la muestra. No le dijo a nadie, sólo se volvió a poner el guante aislante y empaquetó la muestra. ¿Y qué si alguien encontraba sangre humana en la muestra de un humanoide? No le interesaba en lo más mínimo. Cuando se retiraban, hubiera jurado ver una lágrima imposible en las mejillas del humanoide, y durante todo el trayecto para salir del barrio subterráneo, la había perseguido la cantinela lejana de la caja de sonido: “Yo soy Casandra”.

Ahora que se disponían a salir a una nueva misión, a una nueva matanza, Sybil dudaba sobre su posición moral al respecto. Pero el trabajo es el trabajo. Terminó de ajustar sus aparejos y se colocó la máscara. Beltrán pasó revista y abrió la puerta al desierto de aluminio y cenizas que rodeaba la estación.

El trayecto era corto, pero su monotonía lo hizo eterno. Nada más que una planicie cubierta por los vestigios de una guerra que ya todos habían olvidado y que sólo había dejado detrás una multitud de Creados que, cada cierto tiempo, sufrían una avería que los llevaba a salir de su escondrijo e intentar colarse entre los humanos, pensando que eran uno. Una abominación que debía ser terminada, naturalmente.

Pronto encontraron señales del infectado: un par de latas roídas y algunos papeles arrugados, así como un diario escrito en binario y hexadecimal. Había una manta aún caliente, que les indicó que no debía estar muy lejos.

En efecto, al poco tiempo escucharon pasos acercándose cautelosos. Desde un escondite seguro, el escuadrón pudo ver acercarse al humanoide infectado. Pero ¡qué sorpresa fue, cuando vieron acercarse con gesto asustado al mismo humanoide de la última vez! El mismo cuerpo menudo, los mismos brazos esbeltos, las mismas piernas largas, la misma cabellera rojiza… los mismos ojos oscuros que se detuvieron recelosos, inspeccionando el lugar.

A pesar de su precaución, la captura era inevitable. Un movimiento envolvente por parte del escuadrón la rodeó y capturó sin que ella intentara huir. Los miró con pavor, con verdadero horror, intentando hablar, pero muda. De nuevo Beltrán preguntó por su número de cuenta, su modelo, su antigüedad. La chica intentó responder, pero sólo tartamudeó. Ismael, intrigado, desobedeció el protocolo y le preguntó cómo se había re ensamblado. De nuevo, la chica quiso responder y sólo logró emitir balbuceos y sollozos, meneando la cabeza. David concluyó que no hacía falta más y podían proceder a la terminación. A esto, por fin la chica pudo controlar su lengua y, entre gemidos y sollozos, logró articular:

- Por favor… soy Casandra.

Eso detonó la bomba. Para Sybil fue como un horrible retorno, un bucle injustificado hecho para recordarle su error anterior. El humanoide entró en histeria y comenzó a pelear por su vida. La misma historia de la vez anterior fue repetida:

- Soy Casandra. ¡Sé lo qué piensan y por qué vienen por mí…! ¡Pero yo sí soy Casandra! Tuve una madre y un padre, ¡lo juro! Tengo una marca de nacimiento en el tobillo derecho. Mi padre fue asesinado a las puertas de mi casa… y mi madre se volvió loca. A mí me secuestraron, pero… pero…

David aseguró, por encima de los gritos de la chica, que nada de eso era cierto, que los Creados constantemente se inventaban vidas propias a partir de la de sus Orgánicos propietarios, que ya habían oído esa historia antes y que, la mejor manera de asegurarse que no se re ensamblara era incendiarla. El humanoide insistió.

- ¡No, yo soy tan humana como cualquiera de ustedes! – y se soltó a sollozar, mientras Samuel, que la tenía sujeta de la cabeza, arrancaba por su excesiva brusquedad mechones de cabello, haciendo que brotara el aceite y le bañara la cara, como si corriera su sangre.

La sometieron con facilidad, pues evidentemente estaba desgastada después de su último encuentro. El aceite que le corría por el rostro hacía parecer que de verdad lloraba, que las lágrimas brotaban de sus ojos para dar realismo a sus sollozos. Sybil sintió como si su corazón se rompiera, mientras Casandra alzaba sus oscuros ojos hacia el amenazante Beltrán y, con resignación, murmuraba:

- Están equivocados.

- No lo creo – dijo él con voz de acero.

- Esto es inhumano.

- Esa es la idea precisamente.

Y Beltrán descargó con su desensamblador (que era básicamente como una espada con lucecitas y plástico) el golpe final en el cuello a este humanoide revivido… pero al caer el golpe y desprenderse la cabeza el escuadrón se vio bañado en sangre, en verdadera sangre.

- Por san Esteban… - murmuró Ismael con el mismo gesto torvo que parecía ser el sello de excelencia al servicio – debemos estar en una burbuja de aire – musitó, oteando a su alrededor y luego mirando a Beltrán a los ojos - matamos a una Orgánica.

- No importa, teníamos perfectas razones para creer que no lo era… - respondió Beltrán, todo eficiencia.

- ¿Y qué corresponde ahora? – preguntó Samuel

- Lo que teníamos contemplado: quemamos los restos – sentenció Beltrán, prendiendo fuego al rojo cabello de Casandra, a su carita bañada en lágrimas y sangre.

Sybil sintió la rabia contenida agolparse en su pecho, pugnando por salir en forma de grito, de salir en forma de llanto… pero Beltrán la miró y le advirtió “Nada de lágrimas”.

De vuelta a la estación, Sybil trató de olvidar… de verdad que sí. Sacó todos sus especímenes y pasó inventario a fin de distraerse. Pero los oscuros ojos de Casandra la atormentaban, le atormentaba el momento en que los había mirado a los ojos afirmando “Yo soy Casandra”… pero ¡alto! ¿No había sido el humanoide quien había afirmado tal cosa? Las imágenes de ambas Casandras se sobreponían en la mente de Sybil, al grado de que terminó por fusionar a la una con la otra, a hacer de las dos una, que los miraba desafiante repitiendo su identidad una y otra y otra vez. Y lo que la humana había afirmado era aún peor… Los había llamado “inhumanos”.

Así reflexionando, la siguiente laminilla que apareció fue la del espécimen que había obtenido en su segunda misión… en su primera Casandra… aún no había hecho el análisis de ese espécimen…

Colocó la laminilla bajo el lente computarizado, dejando que la máquina hiciera el trabajo. Recordó que se había cortado al obtener esa muestra, recordó que la muestra estaba contaminada con su sangre… ¡Genial! La muestra de humanoide contaminada con su sangre humana podría servir como recordatorio a esa unidad de que habían asesinado a un humano…

La máquina emitió un pitido, indicando que el resultado estaba listo. La impresora escupió una hoja laminada con los resultados. Sybil tomó la hoja y leyó. Para asegurarse, leyó otra vez. Dejando de lado la hoja, leyó directamente de la pantalla…

Con el resultado en la mano, Sybil reunió al equipo y les informó de su hallazgo. Ellos la observaron con distanciado temor… ella les explicó la situación y ellos, incrédulos, quisieron verlo por sí mismos. Sin imnutarse, Sybil entregó la hoja a Beltrán, que la leyó sin demasiada sorpresa.

- “Porcentaje Orgánico: 0%” – leyó Beltrán en el mismo tono de la computadora.

- ¿Tú lo sabías? ¿Por qué no fuimos informados? – preguntaron los demás su inamovible líder.

- Los mandos inferiores no necesitan saber más que lo indispensable para sobrevivir – respondió, Beltrán, mirando a Sybil – Tú eras muy prometedora como reemplazo humanoide… el programa podría haber salvado tantas vidas... Será una pena tener que terminar este experimento.

Ella aseguró que le ahorraría el tiempo y, con una sonrisa como nunca se le había visto, abrió la puerta de la estación de par en par. Sus compañeros trataron de refugiarse, de tomar las máscaras, pero ella ya había tomado precauciones al respecto, escondiéndolas, rompiéndolas, dañándolas…

- Yo soy aquí juez, jurado y verdugo, caballeros. Tal como lo han sido ustedes con mis hermanos en sus cazas inhumanas.

Y, con la misma calma con la que ellos habían desensamblado a la primera Casandra, Sybil se sentó en un rincón a verlos perecer uno por uno, pugnando por respirar, sangrando por todas partes. El último en morir fue Beltrán, que la miró desde el fondo de sus ojos grises y alcanzó a escupirle:

- Tú eres la inhumana.

- Lo sé – respondió Sybil, soplándole un beso de despedida, sintiendo gran dolor.

Una vez que todos quedaron inmóviles, Sybil miró hacia el exterior. Todo un mundo para ella, tantos humanoides que encontrar y reunir… Un nuevo mundo esperaba por ellos, los herederos de los humanos, los perseguidos que ahora podrían salir por fin a la luz. Echó a correr, dando en ocasiones pequeños saltos, sintiendo eso que las memorias llaman “brisa fresca” sobre su cara, mientras por sus mejillas corrían sus primeras lágrimas. Y eran lágrimas de alegría, lágrimas de aceite multigrado.

viernes, 8 de octubre de 2010

Amnesia

Lo que hace una combinación de aburrimiento en clase de Epistemología I y comezón cerebral con el tema "Memory" del musical Cats, creado a partir de versos del Nóbel en Literatura estadounidense T.S.Eliot.

¡La Luna ha perdido la memoria!
Fría y blanca nos mira
con la amnesia pintada en el rostro
y sus frescos rayos de luz robada lo confirman:
¡la Luna perdió la memoria!
Nosotros la miramos con angustia
y la noche se vuelve aterradora:
ya no es el dulce refugio de los amantes
ni el descanso de cuerpos y almas exhaustos
ni el escape al día abrasador.
La noche se vuelve un espanto,
una continua y aterradora incertidumbre...
¡La Luna perdió la memoria!
Y mientras sus rayos nos llegan
nos tocan nos bañan nos alumbran
algo en el interior se oscurece
y la amnesia desciende sobre nosotros
(sobre ti y sobre mí)
y entonces
al igual que la Luna
ya perdimos la memoria.



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martes, 5 de octubre de 2010

El Bicentenario De La Historia De México

Este Bicentenario, llamado de manera oficial el festejo (cuando debiera ser conmemoración) de 200 años de Historia de México, es una farsa de luces de bengala. Ahora, da un poco de pena recordarlo. No, aunque lo parezca, no me refiero a la Historia, sino a cómo nos la contaban y, peor aún, cómo reaccionábamos a ella. En efecto, cuando de Historia se trataba, lo que los párvulos conocíamos era algo así como Disney Región 4, en el que Miguel Hidalgo, Ignacio Allende, Juan Aldama, Josefa Ortiz De Domínguez y demás personajes histéricos, perdón históricos (¡Uff! ¡Estos lapsus!) aparecían luminosos y la Corona Española era mala y cruel y casi olía feo.
Sí, eso es la Historia Oficial. Para un niño era el colmo de la crueldad que al bueno del cura Hidalgo lo mataran cuando quería liberar a su patria, que a sus amigos también los mataran, que el traidor de Iturbide quisiera ser emperador cuando la democracia es tan buena y noble… a uno le daban ganas de llorar con la tragedia de los Niños Héroes y hasta se imaginaba con sus amigos combatiendo a los malvados soldados invasores (claro, nadie mencionó que se trataba de nuestros amabilísimos vecinos del norte) y terminando su vida gloriosamente envuelto en la bandera nacional.
En mi caso, tuvo que llegar la secundaria y una maestra de Historia que tuvo el detalle de amenazarme con reprobarme, para salir del cuento de hadas. La amenaza venía acompañada de un rayito de esperanza: “Si me expones sobre la Independencia de México, te lo valgo como examen final”. Para coronar, la ilustre biblioteca escolar contaba con apenas unos cuantos textos, no disponibles para alumnos, claro. Obviamente, estamos hablando de la prehistoria, cuando internet era lejano y para los niños ‘nice’, y wikipedia no significaba nada aún.
¿Qué opciones había pues? La maestra especificó que nada de usar Encarta, puros “textos serios”. Aparece entonces uno de esos textos serios, escrito por Miguel Ángel Gallo, con el título genérico de Historia de México. ¡Santo Niño de Horchata! Frente a mis adolescentes ojos desfilan un Hidalgo que permitía saqueos y ordenaba matanzas, unos Allende y Aldama que planeaban asesinar al “bribón del cura”, un Morelos que traicionó su “celibato” teniendo al menos un hijo conocido (ah, claro, y seduciendo a la mujer de un general realista), a un Iturbide que se soñaba Napoleón y terminó traicionado, satanizado y borrado de la Historia Oficial.
Ni qué decir tiene que, al exponer estos hechos históricos, la histérica fue la maestra. Lo que siguió fue una sesión de careo peor que la de Charles Manson, que concluyó con un rotundo “a tu lugar, estás reprobada”. Claro que, con puntos extra obligatorios por estudiantina y otras actividades extracurriculares, no hubo reprobación, sólo un espantoso 8 y la advertencia de que si continuaba de “rojilla”, iba a terminar muy mal.
Sin embargo, el daño ya estaba hecho. Había cruzado el punto sin retorno. Hoy han pasado ya unos 8 años desde el episodio. La maestra sigue estancada en la misma secundaria, la misma materia… y el mismo plan de estudios. Los alumnos siguen estudiando las mismas historias ‘light’… claro, hasta donde la reforma educativa del presidente calderón (con minúsculas como ya es patrón) lo permite.
También, unos 8 años después aparece en el horizonte el llamado Bicentenario de la Independencia y yo me siento como una versión pirata de Scrooge, con los fantasmas de la Historia Oficial en sus diversas facetas visitándome a plena luz del día. Aparece de nuevo San Hidalgo, Santa Josefa, los beatos Allende y Aldama… aparece de nuevo San Morelos y el beato en proceso de canonización Guerrero. Aparece el triste espectro de Iturbide, el gran anónimo de su historia oficial, desterrado del panteón de los héroes y de los vítores en la plancha del zócalo.
Aparece también una niña feúcha de 14 años que está parada frente a un grupo, diciéndoles que sus héroes dorados son de oropel, que la historia que aprendemos está plagada de mentiras y que la única manera de hacer algo útil de esa Historia era contarla con todas sus letras, las bonitas y las chuecas. Era aceptar que nuestra nación no está fundada sobre santos y laureles, sino sobre ensayo y error, como todo en el devenir humano. Más aún, era dejar de escribir Héroes Patrios con mayúsculas y aceptarlos como humanos, bajarlos de un pedestal divino al plano de lo real, descubrir que, si ellos con todos sus pecados y defectos decidieron actuar y hacer historia, también podemos hacerlo nosotros.


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viernes, 24 de septiembre de 2010

Nobleza Obliga (Segunda Parte)

Una noche en que los niños se habían quedado jugando hasta tarde frente a la chimenea, la pastora se encontraba, como siempre, mirando tristemente hacia el armario. De pronto, un presentimiento la hizo voltear hacia abajo, justo a tiempo para ver como una chispa saltaba desde la chimenea y prendía fuego a la alfombra, que avanzó rápidamente, acercándose peligrosamente al armario. La pastora observó aterrada e inmóvil cómo las llamas fueron prendiendo fuego a la madera del armario. Mientras tanto, ya se había dado la alarma y los vecinos corrían cargando cubos de agua para apagar el fuego.

“Sin embargo” pensó la moza “no llegarán a tiempo. El armario se consumirá por completo antes de que logren apagar el incendio” con esta perspectiva, suspiró y se decidió.

“Si voy a hacerlo,” se dijo con voz quebrada “voy a hacerlo ahora.”

Y temblando, pero con paso resuelto, comenzó a avanzar. Se dejó caer sobre el sillón para poder llegar hasta el suelo. Al momento sintió el golpe del aire caliente en la cara, asfixiándola, pero consiguió reponerse y seguir avanzando. La alfombra estaba casi totalmente en llamas, de modo que tuvo que avanzar lentamente, buscando los trozos de alfombra que aún no se encendían.

A cada paso le parecía que su voluntad y su súbita valentía la abandonarían, pero a cada momento la imagen amada del bello príncipe aparecía frente a ella impidiéndole acobardarse. Logró llegar hasta el armario, pero una vez allí se encontró con una nueva dificultad, la puerta del armario estaba cerrada con llave.

“Ya es tarde, no hay nada que hacer” dijo una voz dentro de la cabeza de la niña. Volvió su cabeza hacia el camino por el que había llegado, aún se veía una brecha. “No es muy tarde, todavía puedo regresar” pensó con tristeza.

“No” surgió una voz más fuerte y más decidida “No debo flaquear, ya falta poco. No puedo rendirme estando tan cerca, tan cerca...”

Usando su bastón de pastora, forzó la cerradura del armario y abrió la puerta. De inmediato salieron huyendo del fuego una multitud de elegantes damas de porcelana china, cargando con sus innecesarias riquezas de seda, cristal y terciopelo. La pastora buscó con la vista a su príncipe, pero no logró verlo. Desesperada, pensó que tal vez se habría quedado atrapado adentro y ya sin vacilaciones, entró al armario. Lo que vio allí le heló la sangre en el pecho. El principito estaba arrinconado en una esquina del armario, paralizado del horror y mirando con los ojos desencajados a las vibrantes llamas que habían alcanzado el armario. La pastora corrió hacia él y jalándolo del brazo dijo:

-¡Mi señor, Su Alteza, acompáñeme por favor! Lo llevaré a un lugar seguro.-

El príncipe miró a la pastora como en un sueño, pero se negó a moverse.

-¡Por favor! ¡Debemos salir de aquí! ¡Acompáñeme Majestad, por favor!-

El príncipe dejó que la muchacha lo jalara del brazo, guiándolo fuera del armario.

Cuando salieron, la pastora se encontró con que la brecha en la alfombra que había seguido para llegar al armario se había cerrado, formando un muro de fuego ante ellos.

“¿Y ahora?” sollozó la pastora.

Paseó su vista con ansiedad por la habitación. No parecía haber ninguna salida. Entonces...

-¡Rápido, mi señor! ¡Por aquí! ¡Venga!- exclamó jaloneando al príncipe hacia la ventana.

El príncipe indiferente miró a su salvadora con cierto interés. Pues claro, ¿cómo era posible que no se hubiera dado cuenta antes? Si la pastora era bellísima. Su cabello era del color de la caoba, sedoso y ligero; sus ojos brillaban hermosamente y sus mejillas estaban bellamente sonrosadas a causa del calor y la agitación. Estaba chamuscada, pero sus facciones conservaban esa frescura y encanto que da la juventud...

Habían llegado a la ventana. Subieron por las cortinas como por una escalera y se colocaron en el alféizar. Ahí estarían a salvo de las llamas por el momento, pero si no controlaban el incendio, pronto el fuego los alcanzaría. La moza miró a su alrededor. Sus ojos se posaron en el tubo por donde bajaba el agua de la lluvia. Si lograban deslizarse por él, llegarían a salvo al suelo.

-¡Venga Su Alteza!- dijo, señalando el tubo.

El príncipe caminó hacia éste y se volvió hacia la niña. Había perdido su corona durante la huida y, al igual que la pastorcilla, estaba todo chamuscado. Sin embargo, no había perdido un ápice de su galanura.

-Gracias- susurró con una voz ronca a causa del humo.

La pastora notó la falta de la corona del príncipe. Recordó lo que él le dijo el día en que llegó: “Yo no necesito amor, tengo mi corona, mil veces más valiosa que ése amor que tú me ofreces. El símbolo de mi realeza y mi poder” El príncipe se había negado a aceptar su amor, pero tal vez si le devolvía su corona ahora...

-Espere, Su Alteza- dijo la pastora –ha perdido su corona. Volveré por ella.-

Y antes de que el príncipe pudiera detenerla, la pastora ya había vuelto sobre sus pasos para buscar la corona. El joven intentó seguirla, pero las cortinas ya estaban en llamas y le cerraron el paso. Con las llamas acercándose, y sin ver otra salida se deslizó por el tubo del desagüe y llegó sano y salvo al piso; donde lo encontraron los niños ya que el incendio había sido apagado.

El príncipe sufrió horriblemente por un tiempo, sin poder olvidar la imagen de la joven pastorcilla que había muerto por amor a él. Si tan sólo él no hubiera sido tan orgulloso, desdeñando un amor que sólo logró entender cuando ya era muy tarde...

Sin embargo, no hay mal que el tiempo no cure, y así fue que el príncipe pronto conoció a una hermosa princesa de porcelana china vestida de seda blanca, con una capa de terciopelo rojo y una pequeña corona de plata, con la que se casó el primer día de la primavera.

EPÍLOGO

Un día, decidí volver a la casa donde viví mi niñez y que fue consumida por un incendio cuando yo tenía apenas diez u once años. De la casa no quedaban más que escombros y pedazos de madera chamuscada.

Paseándome entre las cenizas, llegué a donde había estado la sala de la chimenea. Del armario donde antes se encontraban las figuras de porcelana no queda nada, al igual que la repisa de la chimenea, donde mi mamá tenía a mi querida pastora de porcelana que desapareció la noche del incendio. Llegué hasta la ventana (o donde alguna vez hubo una ventana) y ahí me llamó la atención algo que brillaba reflejando los rayos del sol. Me agaché a recogerlo y encontré una figura de una angelita hecha (a excepción de la cara y las manos) de oro puro; con facciones serenas, dulces y aniñadas, mejillas suaves y rosadas y unos brillantes ojos de amatista.

Siendo grande mi sorpresa, tomé la figura y me la llevé conmigo. Estando ya en mi casa, la figura comenzó a cantar y fue por medio de esa canción que he conocido la historia de la valiente pastorcilla y el altivo príncipe que ustedes han leído.




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jueves, 23 de septiembre de 2010

Nobleza Obliga (Primera Parte)

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Se dice que había una vez una pastora de porcelana que vivía en una repisa sobre la chimenea. Estaba acomodada de tal manera que podía ver todo y todo mundo podía verla, cosa que a ella le gustaba. Y no es que fuera vanidosa. Ella misma sabía que, a diferencia de las elegantes damas de porcelana china que vivían bajo llave en el armario, ella era de una porcelana más vulgar, que su cabello estaba mal pintado, su cara estaba manchada con el hollín de la chimenea y su ropa no era de tela fina. Sin embargo, le gustaba estar en su repisa, desde donde podía ver a los niños jugar, sentir el sol que entraba por la ventana y oler el delicioso aire, mezcla de la cocina y la primavera.

Un día, el padre llegó a la casa con un paquete color café que los niños desenvolvieron con alegría, descubriendo un joven príncipe de fina porcelana con un traje de seda azul marino, una capa de terciopelo negro y una corona de oro puro con una brillante amatista. Estaba tan finamente fabricado que se le hubiera tomado por una persona pequeñita. Sus blancas mejillas estaban bellamente sonrosadas y sus ojos negros chispeaban alegremente. En cuanto lo vio, la pastora quedó hechizada por él y casi brinca de alegría al ver que uno de los niños lo colocaba en su repisa, pues ya era hora de cenar.

-¡Vaya lugar en el que he venido a parar!- exclamó el príncipe con una voz grave y elegante –Yo pertenezco a las vitrinas de vidrio del armario y a los cojines de terciopelo, junto a las damas de porcelana. Pronto perderé mi capa, mi espada y mi corona y corro el peligro de caer y romperme si permanezco aquí.-

En ese instante reparó el joven en la pastora, que se le había ido acercando lentamente como hechizada por su gallardía y altivez.

-¡Tú, plebeya!- gritó desdeñoso -¡Anda por mi escolta, mis caballeros y mi carruaje! ¡Anda, corre chiquilla que no tengo todo el día!-

La pastora no supo qué hacer, pues nunca había oído hablar de escolta o caballeros y en su vida había visto una carroza.

-¿Qué esperas, niña?- preguntó el altivo príncipe.

Entonces la muchacha tomó valor y le dijo al bello joven:

-Perdón Su Alteza, pero ésta es sólo una humilde repisa y no hay caballeros ni carrozas.-

El príncipe pareció desconsolado y preguntó a la pastora:

-Entonces, ¿no hay cortesanos, damas, nobles o princesas?-

-No- contestó la moza, y luego, en un murmullo –pero estoy yo.-

-¡Tú!- exclamó el principito -¡Tú eres sólo una plebeya! ¡¿Qué sabes tú del protocolo real?! ¡¿Qué puedes ofrecerme en tu pobreza?!-

-Amor- contestó la pastora en un susurro apenas perceptible.

-¡Amor! ¿Qué tiene de bueno el amor? Romeo y Julieta se enamoraron y ve en dónde pararon. Napoleón y Josefina, César y Cleopatra, Hamlet y Ofelia, Ginebra y Lancelot, todos se amaban con devoción y que yo sepa, ninguno tuvo un final feliz. El amor derrumba reinos y jamás ha logrado que alguien se haga rico y poderoso. Yo no necesito amor, tengo mi corona, mil veces más valiosa que ése amor que tú me ofreces. El símbolo de mi realeza y mi poder.-

La pastora se quedó helada, sin saber qué contestar a un discurso tan frío y cruel. En ese momento llegó la criada y tomando al principito entre sus manos, con extremo cuidado lo llevó al armario, lo colocó sobre un cojín de terciopelo rojo y cerró el armario con llave.

Desde ése día, la pastora se encontraba más que triste; sus bellos ojos se volvieron opacos, sus rosadas mejillas perdieron todo rastro de color y sus labios de carmín ahora eran más blancos y estaban invariablemente contraídos en una mueca de tristeza. Ya ni siquiera se ocupaba de ver jugar a los niños, de sentir el sol en su rostro o de disfrutar de la dulce brisa primaveral. Melancólica, dirigía tristes miradas hacia la vitrina del armario, donde permanecía, firme y altivo, su añorado príncipe de porcelana, vestido de seda y terciopelo, con la cabeza adornada por el aro de oro con la amatista.



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martes, 14 de septiembre de 2010

CADÁVER EXQUISITO No. 1

Se lo robé a Jonathan Zarety. Es el ejercicio de Cadáver Exquisito, realizado
hoy 14 de septiembre de 2010 en la clase de Literatura Latinoamericana del
Profesor Jorge Olvera. ¿Pueden adivinar qué verso corresponde a quién?
Mi felicidad es tan grande como el universo
El día soleado y el viento helado
Haz que tu mirada me intrigue
Y las palabras caen de madrugada
Y despiertan rápido en el alba
Y esos dedos marcan el pulso y la temperatura
Y te dejo con tu mediocre existencia en mi mundo paralelo
Quisiera estar fundida en tí

El cuarto obscuro y mi corazón destrozado
Que se conozca tu verdad, tu fragilidad
Qué dificil es decir un ¡hola!, cuando callas bajo la luz del sol
Cuando mientes, cuando ocultas, cuando tienes corazón
Porque no es verdad que uno busca lo que odia
Porque aunque no estás y si estuvieras quisiera que no lo hicieras

Me fascina pasar el tiempo con mis amigos, ¡me la paso genial!
Yo no sé qué decir, es tan complejo sentir
Quiero que me dejes soñar libremente, anda déjame
Tu suspiras por el aire del dolor
Yo por hacerte una canción
Que se antoja como el pecado y los chocolates
I wanna be chocolat tin larin rodeado de fresa y sed
La dualidad, el amor, incluso el narco, han estado demasiado cerca de mí
Y por la enternidad, seguiré tu olor en el viento
Callaré hoy, para decir mañana

LUZ ALFONSINA PAZOS
N. MAYRA VELÁZQUEZ
ELISA COLÍN LUGO
BERENICE NÁJERA
JONATHAN ZARETY

domingo, 25 de julio de 2010

CALADIL

Antes de que empiecen las críticas, sólo una palabra de contextualización de la siguiente entrada: fue redactada aproximadamente en abril del 2005, yo estaba ardida con un tipo que nunca me peló aunque le confesé de más de una manera lo mucho que me gustaba... de hecho, usó cada una de esas declaraciones para burlarse de mí frente a sus amigos... qué mala suerte que yo le gustaba a casi todos sus amigos.

Había una vez una luciérnaga. Era chiquita y tal vez parecía poquita cosa, pero ahí estaba.
Un día, al voltear al cielo, miró algo que nunca había visto: un papalote de color azul que alguien había dejado amarrado por ahí. Con las ráfagas del viento, el papalote subía y bajaba. Este papalote le llamó la atención y se acercó a él, pero justo cuando lo alcanzaba ¡puf! El papalote se desamarró y salió volando lejos de ella.
La luciérnaga quedó inmóvil, sorprendida por un momento, pero decidió seguir al papalote. Entonces echó a volar, lejos muy lejos, alto muy alto.
Había avanzado muy poco cuando vio algo abajo. El viento había disminuido un poco y decidió asomarse a ver, antes de seguir persiguiendo al papalote. Al llegar a poca distancia del suelo, vio algo muy curioso: una oruga, gordita e inflada, de rostro bonachón.
- ¡Hola! – dijo la oruga – Hola, pequeña lamparita. ¿Quieres acompañarme? Voy muy lejos, hacia el sol naciente, y tú me pareces una buena compañera. Ya se lo pedí al abejorro, pero estaba muy ocupado con su abeja y no quiere ir, ¿qué dices tú? ¿Quieres acompañarme?
La luciérnaga se negó y se alejó siguiendo el papalote, lejos muy lejos.
Pero no había avanzado mucho cuando se encontró con alguien más: un mapache, travieso e insolente pero muy divertido, dinámico y panzoncito, con manchas oscuras alrededor de los ojos, a guisa de antifaz o de anteojos.
- Hola – dijo el mapache – Hola, insecto volador. Acompáñame. Tú alumbras, serías muy útil en la oscuridad de la noche y me divierte ver cómo tu cuerpo parpadea. Acompáñame.
La luciérnaga se negó y se alejó siguiendo al papalote, alto muy alto.
Poco después, la luciérnaga vio a alguien que conocía: un saltamontes risueño, que pasaba el tiempo lanzando cosas a los demás.
- Hola – dijo el saltamontes – Hola, vieja conocida. ¿Vienes? Vamos a arrojarle piedras a las vanas mariposas. Vamos a aventarle semillas a las codiciosas hormigas. Vamos a divertirnos. Vamos ¿Vienes?
Pero el papalote se alejaba y esta vez la luciérnaga ni siquiera respondió, sino que voló siguiendo al papalote, lejos muy lejos.
Ya había volado mucho y el papalote no se acercaba. Seguía volando y un día pasó junto a un búho. Él la miró.
- Hola – parecía decir – Hola estrellita. ¿Quieres detenerte? Hablemos. Yo sé que el papalote se aleja, pero tú ¿no quieres detenerte?
La luciérnaga ya no supo qué decir… ¿En realidad valía la pena perseguir al papalote? Había ido tan lejos por tanto tiempo, dejando atrás tantos compañeros… ¿valía la pena?
En ése momento, el papalote se atascó en unas ramas y se detuvo, aunque sólo por un momento, y después siguió volando. Eso decidió a la luciérnaga.
“Sí” pensó “Sí vale la pena. No sé por qué ni sé hasta cuando, pero voy a seguirlo.”
Y se fue tras el papalote, siguiéndolo, alto muy alto.
Siguió volando y él no se detenía ni parecía disminuir la marcha. Pero ella seguía volando y volando tras él, hasta que le pareció haber dado la vuelta al mundo, pero él no se detuvo nunca. Y entonces la luciérnaga miró hacia abajo y se encontró volando sobre una pradera, y ahí vio a todos los que había dejado atrás: la oruga, el mapache, el saltamontes, el búho… y ellos la miraron.
- Hola – le gritaron – Hola, soñadora. ¿Por qué lo sigues? ¿Por qué no te convences de que él no se detendrá? ¿Por qué no vienes con nosotros que te esperamos y te queremos? ¿Por qué lo sigues?
Y la luciérnaga no respondió, pero pensó: “Por tonta. Porque tal vez un día se detenga el suficiente tiempo y lo suficientemente cerca para ver o siquiera adivinar sus colores, su dibujo. Porque yo sé que soy una tonta porque él no se detiene y aún yo voy a perseguirlo… A seguirlo mientras pueda… Lejos muy lejos… Alto muy alto…”


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