jueves, 23 de septiembre de 2010

Nobleza Obliga (Primera Parte)

Creative Commons License
Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

Se dice que había una vez una pastora de porcelana que vivía en una repisa sobre la chimenea. Estaba acomodada de tal manera que podía ver todo y todo mundo podía verla, cosa que a ella le gustaba. Y no es que fuera vanidosa. Ella misma sabía que, a diferencia de las elegantes damas de porcelana china que vivían bajo llave en el armario, ella era de una porcelana más vulgar, que su cabello estaba mal pintado, su cara estaba manchada con el hollín de la chimenea y su ropa no era de tela fina. Sin embargo, le gustaba estar en su repisa, desde donde podía ver a los niños jugar, sentir el sol que entraba por la ventana y oler el delicioso aire, mezcla de la cocina y la primavera.

Un día, el padre llegó a la casa con un paquete color café que los niños desenvolvieron con alegría, descubriendo un joven príncipe de fina porcelana con un traje de seda azul marino, una capa de terciopelo negro y una corona de oro puro con una brillante amatista. Estaba tan finamente fabricado que se le hubiera tomado por una persona pequeñita. Sus blancas mejillas estaban bellamente sonrosadas y sus ojos negros chispeaban alegremente. En cuanto lo vio, la pastora quedó hechizada por él y casi brinca de alegría al ver que uno de los niños lo colocaba en su repisa, pues ya era hora de cenar.

-¡Vaya lugar en el que he venido a parar!- exclamó el príncipe con una voz grave y elegante –Yo pertenezco a las vitrinas de vidrio del armario y a los cojines de terciopelo, junto a las damas de porcelana. Pronto perderé mi capa, mi espada y mi corona y corro el peligro de caer y romperme si permanezco aquí.-

En ese instante reparó el joven en la pastora, que se le había ido acercando lentamente como hechizada por su gallardía y altivez.

-¡Tú, plebeya!- gritó desdeñoso -¡Anda por mi escolta, mis caballeros y mi carruaje! ¡Anda, corre chiquilla que no tengo todo el día!-

La pastora no supo qué hacer, pues nunca había oído hablar de escolta o caballeros y en su vida había visto una carroza.

-¿Qué esperas, niña?- preguntó el altivo príncipe.

Entonces la muchacha tomó valor y le dijo al bello joven:

-Perdón Su Alteza, pero ésta es sólo una humilde repisa y no hay caballeros ni carrozas.-

El príncipe pareció desconsolado y preguntó a la pastora:

-Entonces, ¿no hay cortesanos, damas, nobles o princesas?-

-No- contestó la moza, y luego, en un murmullo –pero estoy yo.-

-¡Tú!- exclamó el principito -¡Tú eres sólo una plebeya! ¡¿Qué sabes tú del protocolo real?! ¡¿Qué puedes ofrecerme en tu pobreza?!-

-Amor- contestó la pastora en un susurro apenas perceptible.

-¡Amor! ¿Qué tiene de bueno el amor? Romeo y Julieta se enamoraron y ve en dónde pararon. Napoleón y Josefina, César y Cleopatra, Hamlet y Ofelia, Ginebra y Lancelot, todos se amaban con devoción y que yo sepa, ninguno tuvo un final feliz. El amor derrumba reinos y jamás ha logrado que alguien se haga rico y poderoso. Yo no necesito amor, tengo mi corona, mil veces más valiosa que ése amor que tú me ofreces. El símbolo de mi realeza y mi poder.-

La pastora se quedó helada, sin saber qué contestar a un discurso tan frío y cruel. En ese momento llegó la criada y tomando al principito entre sus manos, con extremo cuidado lo llevó al armario, lo colocó sobre un cojín de terciopelo rojo y cerró el armario con llave.

Desde ése día, la pastora se encontraba más que triste; sus bellos ojos se volvieron opacos, sus rosadas mejillas perdieron todo rastro de color y sus labios de carmín ahora eran más blancos y estaban invariablemente contraídos en una mueca de tristeza. Ya ni siquiera se ocupaba de ver jugar a los niños, de sentir el sol en su rostro o de disfrutar de la dulce brisa primaveral. Melancólica, dirigía tristes miradas hacia la vitrina del armario, donde permanecía, firme y altivo, su añorado príncipe de porcelana, vestido de seda y terciopelo, con la cabeza adornada por el aro de oro con la amatista.



Creative Commons License
Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

1 comentario:

  1. Me parece que en algunos momentos tan cortos logras una profundidad en la complejidad de la trama. Al leerte, algunos fragmentos me transportaron a una amplia gama de significados, (y significantes)... creo que eso es algo muy recurrente en ti y te admiro por ello. Hay algo que no escapa a mi atención, la descripción física del príncipe, creo que habrá algo allí en la próxima parte que publiques en relación a ello, (lo intuyo). Tal vez no venga o tal vez sí en la siguiente entrega, pero así como el príncipe hace énfasis histórico de cómo el amor puede ser destructivo, me agradaría subrayar este sentimiento pero desde una perspectiva constructiva... como el monumento que Sha Jahan construyó a Mumtaz Mahal. (No quiero aburrir con ejemplos literarios e históricos de esa idea).
    Me ha gustado mucho este relato y espero el siguiente.
    Recibe un saludo fraterno y un ósculo de paz.

    ResponderEliminar