viernes, 24 de septiembre de 2010

Nobleza Obliga (Segunda Parte)

Una noche en que los niños se habían quedado jugando hasta tarde frente a la chimenea, la pastora se encontraba, como siempre, mirando tristemente hacia el armario. De pronto, un presentimiento la hizo voltear hacia abajo, justo a tiempo para ver como una chispa saltaba desde la chimenea y prendía fuego a la alfombra, que avanzó rápidamente, acercándose peligrosamente al armario. La pastora observó aterrada e inmóvil cómo las llamas fueron prendiendo fuego a la madera del armario. Mientras tanto, ya se había dado la alarma y los vecinos corrían cargando cubos de agua para apagar el fuego.

“Sin embargo” pensó la moza “no llegarán a tiempo. El armario se consumirá por completo antes de que logren apagar el incendio” con esta perspectiva, suspiró y se decidió.

“Si voy a hacerlo,” se dijo con voz quebrada “voy a hacerlo ahora.”

Y temblando, pero con paso resuelto, comenzó a avanzar. Se dejó caer sobre el sillón para poder llegar hasta el suelo. Al momento sintió el golpe del aire caliente en la cara, asfixiándola, pero consiguió reponerse y seguir avanzando. La alfombra estaba casi totalmente en llamas, de modo que tuvo que avanzar lentamente, buscando los trozos de alfombra que aún no se encendían.

A cada paso le parecía que su voluntad y su súbita valentía la abandonarían, pero a cada momento la imagen amada del bello príncipe aparecía frente a ella impidiéndole acobardarse. Logró llegar hasta el armario, pero una vez allí se encontró con una nueva dificultad, la puerta del armario estaba cerrada con llave.

“Ya es tarde, no hay nada que hacer” dijo una voz dentro de la cabeza de la niña. Volvió su cabeza hacia el camino por el que había llegado, aún se veía una brecha. “No es muy tarde, todavía puedo regresar” pensó con tristeza.

“No” surgió una voz más fuerte y más decidida “No debo flaquear, ya falta poco. No puedo rendirme estando tan cerca, tan cerca...”

Usando su bastón de pastora, forzó la cerradura del armario y abrió la puerta. De inmediato salieron huyendo del fuego una multitud de elegantes damas de porcelana china, cargando con sus innecesarias riquezas de seda, cristal y terciopelo. La pastora buscó con la vista a su príncipe, pero no logró verlo. Desesperada, pensó que tal vez se habría quedado atrapado adentro y ya sin vacilaciones, entró al armario. Lo que vio allí le heló la sangre en el pecho. El principito estaba arrinconado en una esquina del armario, paralizado del horror y mirando con los ojos desencajados a las vibrantes llamas que habían alcanzado el armario. La pastora corrió hacia él y jalándolo del brazo dijo:

-¡Mi señor, Su Alteza, acompáñeme por favor! Lo llevaré a un lugar seguro.-

El príncipe miró a la pastora como en un sueño, pero se negó a moverse.

-¡Por favor! ¡Debemos salir de aquí! ¡Acompáñeme Majestad, por favor!-

El príncipe dejó que la muchacha lo jalara del brazo, guiándolo fuera del armario.

Cuando salieron, la pastora se encontró con que la brecha en la alfombra que había seguido para llegar al armario se había cerrado, formando un muro de fuego ante ellos.

“¿Y ahora?” sollozó la pastora.

Paseó su vista con ansiedad por la habitación. No parecía haber ninguna salida. Entonces...

-¡Rápido, mi señor! ¡Por aquí! ¡Venga!- exclamó jaloneando al príncipe hacia la ventana.

El príncipe indiferente miró a su salvadora con cierto interés. Pues claro, ¿cómo era posible que no se hubiera dado cuenta antes? Si la pastora era bellísima. Su cabello era del color de la caoba, sedoso y ligero; sus ojos brillaban hermosamente y sus mejillas estaban bellamente sonrosadas a causa del calor y la agitación. Estaba chamuscada, pero sus facciones conservaban esa frescura y encanto que da la juventud...

Habían llegado a la ventana. Subieron por las cortinas como por una escalera y se colocaron en el alféizar. Ahí estarían a salvo de las llamas por el momento, pero si no controlaban el incendio, pronto el fuego los alcanzaría. La moza miró a su alrededor. Sus ojos se posaron en el tubo por donde bajaba el agua de la lluvia. Si lograban deslizarse por él, llegarían a salvo al suelo.

-¡Venga Su Alteza!- dijo, señalando el tubo.

El príncipe caminó hacia éste y se volvió hacia la niña. Había perdido su corona durante la huida y, al igual que la pastorcilla, estaba todo chamuscado. Sin embargo, no había perdido un ápice de su galanura.

-Gracias- susurró con una voz ronca a causa del humo.

La pastora notó la falta de la corona del príncipe. Recordó lo que él le dijo el día en que llegó: “Yo no necesito amor, tengo mi corona, mil veces más valiosa que ése amor que tú me ofreces. El símbolo de mi realeza y mi poder” El príncipe se había negado a aceptar su amor, pero tal vez si le devolvía su corona ahora...

-Espere, Su Alteza- dijo la pastora –ha perdido su corona. Volveré por ella.-

Y antes de que el príncipe pudiera detenerla, la pastora ya había vuelto sobre sus pasos para buscar la corona. El joven intentó seguirla, pero las cortinas ya estaban en llamas y le cerraron el paso. Con las llamas acercándose, y sin ver otra salida se deslizó por el tubo del desagüe y llegó sano y salvo al piso; donde lo encontraron los niños ya que el incendio había sido apagado.

El príncipe sufrió horriblemente por un tiempo, sin poder olvidar la imagen de la joven pastorcilla que había muerto por amor a él. Si tan sólo él no hubiera sido tan orgulloso, desdeñando un amor que sólo logró entender cuando ya era muy tarde...

Sin embargo, no hay mal que el tiempo no cure, y así fue que el príncipe pronto conoció a una hermosa princesa de porcelana china vestida de seda blanca, con una capa de terciopelo rojo y una pequeña corona de plata, con la que se casó el primer día de la primavera.

EPÍLOGO

Un día, decidí volver a la casa donde viví mi niñez y que fue consumida por un incendio cuando yo tenía apenas diez u once años. De la casa no quedaban más que escombros y pedazos de madera chamuscada.

Paseándome entre las cenizas, llegué a donde había estado la sala de la chimenea. Del armario donde antes se encontraban las figuras de porcelana no queda nada, al igual que la repisa de la chimenea, donde mi mamá tenía a mi querida pastora de porcelana que desapareció la noche del incendio. Llegué hasta la ventana (o donde alguna vez hubo una ventana) y ahí me llamó la atención algo que brillaba reflejando los rayos del sol. Me agaché a recogerlo y encontré una figura de una angelita hecha (a excepción de la cara y las manos) de oro puro; con facciones serenas, dulces y aniñadas, mejillas suaves y rosadas y unos brillantes ojos de amatista.

Siendo grande mi sorpresa, tomé la figura y me la llevé conmigo. Estando ya en mi casa, la figura comenzó a cantar y fue por medio de esa canción que he conocido la historia de la valiente pastorcilla y el altivo príncipe que ustedes han leído.




Creative Commons License
Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

1 comentario:

  1. Me ha gustado la forma en cómo ha sido narrado, así como la estructura del final. Me gusta el poder que le das a la pastora. El relato me parece muy feminista (eso me parece excelente), y cómo no se escapa nada en las dos partes. En su conjunto me parece un relato digno, lleno de muchos matices; y de la fuerza de tus palabras... son para mí como un torrente de pasión, sentimiento y razón. Podría decir que está inspirado en una vivencia... no igual, pero que combinas con tu acervo cultural. (Al menos eso creo.) Muchas gracias por regalarme una lectura compleja, y que dice algo más allá entre líneas.

    ResponderEliminar