martes, 30 de noviembre de 2010

La Gloria Eres Tú

“Ya no estás más a mi lado, corazón, en el alma sólo tengo soledad,
Y si ya no puedo verte, ¿por qué Dios me hizo quererte para hacerme sufrir más?


Ése día, cuando regresé y vi las sombras producidas por las rosas –rosas rojo sangre- y el sol del mediodía frente a la ventana, pensé en lo mucho que a ella le gustaba ése efecto. Acomodé las rosas de la manera que sabía que ella lo hubiera hecho y me alejé para admirar el resultado.

“Olvídalo” dijo una voz dentro de mi cabeza “Ella no volverá, ¿de qué sirve?”

Sin hacerle caso, fui a la cocina. Trabajando con esmero, al cabo de un rato el olor del aceite de oliva, el perejil, la salvia, el romero y el tomillo inundó mis pulmones. Su comida favorita. Con un poco de queso y vino tinto, como a ella le gustaba.

“¿Tiene caso que te atormentes?” preguntó la voz en mi cabeza “Ella se ha ido, entiéndelo.”

Decidí ignorar la voz de nuevo. Dejé la mesa puesta. Me ocupé de la música. ¿Jazz? No, no creo ¿Baladas? Hoy no, demasiado lastimosas. ¿Qué crees tú entonces? Mmhhh, no sé. ¿Te parece bien algo de guitarra? Depende ¿Boleros? De acuerdo. Y mientras la bocinas sonaban tenuemente “Como un rayito de luna entre la selva dormida…” decidí darme un baño. El agua caliente me relajó. Sentí que todo lo pasado se escurría en gotitas de sudor, y cuando terminé supe que todo (sus ojos cerrados, las palabras del sermoneador, el llanto de los dolientes, y –sobre todo- los pésames) se había ido. Estaba limpio.

“Tal vez” insistió la voz en mi cabeza” pero eso no cambia el hecho de que ya no volverá. Se fue y no hay marcha atrás.”

Pasando los comentarios por alto, me dirigí a la recámara. El traje azul que yo tanto odié y que a ella tanto le gustaba. La camisa blanca que ella me regaló junto con su infantil corbata de Mickey Mouse. El perfume de romero que siempre me negué a usar porque su olor no me gustaba y que a ella le encantaba. El aroma esta vez no parecía de insecticida, sino que tenía impregnada cierta añoranza… el recuerdo… a ella…

“¿Para qué?” insistió la voz en mi cabeza “Déjala irse”

Me miré al espejo mientras en la sala sonaba “Sin ti no podré vivir jamás, y pensar que nunca más estarás junto a mí…” Como para desmayarla, si aún estuviera en condiciones de desmayarse. Hay que actuar en justa reciprocidad. Abrí su clóset, y el olor a laurel de su perfume –su fragancia- me envolvió dulcemente, tal como solía hacer ella con sus brazos. La blusa roja y el pantalón negro que usaba invariablemente cada vez que quería ‘verse presentable’. Sus emblemáticos tenis negros no los encontré (obvio, se los llevó) así que sólo dejé las tobilleras negras (de cualquier manera, ella siempre andaba en calcetines por la casa)

“No vendrá, no volverá” repetía la voz en mi cabeza “¿No lo entiendes? ¡Está muerta! Se ha ido. No volverá, no vendrá.”

“Lo hará” dijo entonces una voz, no en mi cabeza sino cálida en mi pecho “Lo sabes.”

“¡Lo hará!” gritó la voz en mi pecho, acallando la de mi cabeza, y mi propia voz le hizo eco.

Me dejé caer exhausto en la cama y me sumí en un sueño profundísimo, dejándome caer en la oscuridad entre las notas de “Pasarán más de mil años, muchos más…”

Es ella… me llama… “No es posible” dice mi cabeza. “¿No es posible?” pregunta mi pecho. ¿Por qué te fuiste? ¿Me fui? Me has dejado solo… ¿Solo? “Solo” dice mi cabeza “Ella ya no está.” “¿No?” pregunta mi pecho “¿Seguro?” ¿Seguro? No lo sé. Llámala, tonto. No pierdas el tiempo. ¿Vendrá? “No seas tonto, los muertos no vuelven” es mi cabeza. Pero mi pecho… “Ella está aquí”

Al abrir los ojos no sé dónde estoy. Me siento desubicado y muy cansado. Ése olor a romero… hay algo más, ¿laurel? Me siento en la cama. Ya es de noche. Alguien prendió las lámparas para proyectar las sombras de las rosas sobre el piso. ¿Ruido en la cocina? Vino sirviéndose en una copa (“¿Es tan fuerte el recuerdo?” pregunta una voz, aunque no sé cuál) ¿Subió el volumen de la música? Quién sabe cuántas veces se habrá repetido el disco… ¿Se repite? Tengo la impresión de que esto ya ha pasado…

Una sombra en la puerta. Blusa roja, pantalón negro, los emblemáticos tenis… Ella se acercó a la cama y me besó, y yo cerré los ojos y me perdí en su abrazo mientras el estéreo tocaba (¿De nuevo? Indefinidamente) “Sí, alma mía, la gloria eres tú...”

1 comentario:

  1. Vaya... me ha parecido un relato muy profundo y enriquecedor. Me lleva a recordar cosas, no vivencias, sino historias que conozco por otras personas; sentí una extraña convergencia anacrónica que no sé a donde me llevó mientras leía. Un texto que invita a reflexionar, a indagar y, como es tu costumbre, a leer entre líneas.
    Y en las descripciones que haces, sentí por momentos esos olores y sonidos. Más allá de las circunstancias personales entre nosotros, siempre me ha gustado mucho cómo escribes; los literatos que conozco se aferran a su alma taciturna y que se encierran en la decadencia de una era, que enfadosamente muestran el sarcasmo como una ironía ante su propia experiencia de vida, rodeados de un halo de desesperanza hacia el futuro. Por el contrario, tú le das cierto romanticismo y juegas con varios elementos que conjugan algo que no preciso a explicar. Lamento en verdad que el lazo se haya roto porque en verdad me gusta como escribes... de todas formas agradezco que hayas compartido esto.

    ResponderEliminar