viernes, 10 de diciembre de 2010

Su Nombre

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Para Jorge y Talo.

Es una tarde común y pesada, somnolienta y dañina, de esas en las que a uno vivir no le parece un milagro sino una insensatez. Todo el día papel tras papel lleno de galimatías, de palabras que, de tan repetidas y viejas, casi dañan la vista. La oficina densa y opaca entre el olor del café y el humo de cigarro. Es apenas la mitad del día y el cuerpo ya presentó una queja por explotación, la edad empieza a pesar, no tanto por los años transcurridos sino por el agotamiento que la frustración aporta en una cuota constante. Es apenas la mitad de un día que ha parecido eterno, y las horas que le quedan se antojan cadena perpetua. Esto no es vivir, caray, es sobrevivir apenas y con penas.

La puerta se abre con una brisa de lavanda y romero, breve pero certera, derramando sobre la alfombra todos los papeles que revisaba. Entró ella, la de la falda gris y ojos negros, con mochilita morada y tres libros de poesía junto al pecho.

Él le hace la seña de que pase, sin verla apenas, mientras con toda la apatía del mundo hace como que levanta los papeles. Así, con los ojos en calidad de Dédalo sobre la alfombra y las hojas regadas, no ve cómo ella cuelga la mochila de la perilla, deja los libros junto a la puerta y la cierra lentamente, sin apenas hacer ruido. No es sino hasta que escucha la llave girar que levanta la vista. Ella está apoyada sobre la puerta, las manos detrás de la espalda, con una mirada de absoluta inocencia y una media sonrisita, como si quisiera guardar la compostura.

Él se siente confundido, por no decir absurdo, en cuclillas sobre el suelo, con una hoja de papel en una mano, una pluma mordisqueada en la otra, la mesa llena de colillas de cigarro y cenizas, tres tazas de café vacías y manchadas y la boca entreabierta, con la incógnita colgada de la lengua.

Él se ha quedado mudo y ella se ha puesto seria. Con el ceño fruncido y casi severa, declara:

- Te ando buscando, amor que nunca llegas, te ando buscando, amor que te mezquinas, me aguzo por saber si me adivinas, me doblo por saber si te me entregas.

¿Qué responder a semejante enunciado? La cortesía literaria implicaría responder con un nuevo torrente de versos. Pero lo totalmente absurdo de la situación, de esa boca de niña soltando ritmo y rima, lo deja con una sola palabra:

-¿Eh?

Ella se encoge de hombros con gesto desenfadado y vuelve a mirarlo con una media sonrisa:

- Bien. No, no me preguntes. Torpeza de mujer, capricho, amado mío, capricho debe ser.

Tratando de enderezarse, aún haciendo como que hace, él la mira y no, buscando el final del ovillo que se enreda en su cabeza.

- Tampoco te entiendo, pero mientras tanto ábreme la jaula, que quiero escapar. – dice, gacha la cabeza, tratando de sonar calmado, sin que su voz le obedezca.

Ella se ríe, como si jugara tranquila en el jardín. Él siente que esa risa jala de unos hilos que él creía enredados e inmóviles desde tiempo atrás. Duda. Se aleja.

- ¿Tu nombre?

- Eva – responde ella, con una sonrisa que delata su mentira.

- Falso – él le responde.

Ella sonríe, concediendo la razón. Da tres pasos, con aire decidido.

- ¡Es tan mala la vida! ¡Andan sueltas las fieras…!

-Basta – pide él, queriendo alejarse. Ella no se detiene, sólo sigue sonriendo.

- Bravo león, mi corazón tiene apetitos, no razón.

Él toma asiento en su escritorio, poniendo una mesa de frontera entre la tentación acosadora y la castidad catedrática.

- Tu nombre –

- Carmen – miente de nuevo.

- Falso – responde, queriendo ser serio. Ella vuelve a reír y él de nuevo siente la capitulación tirándole de las rodillas.

- Acoge mi pedido: oye mi voz sumisa, vuélvete adonde quedo postrada y sin aliento. Celosa de tus penas, esclava de tu risa, sombra de tus anhelos y de tu pensamiento. – ella se levanta y rodea el escritorio. Se acerca a su costado izquierdo, busca sus labios, se busca en sus ojos – Te miraré a los ojos cuando la tarde abroche tu boca bien amada que no he besado nunca…

Él huye del beso, aunque sabe el Dios inmisericorde que lo que pedían sus labios era quedarse y beberlo.

- Unos besan las sienes, - él se levanta alejándose, rodeando de nuevo el escritorio – otros besan las manos, otros besan los ojos, otros besan la boca. Pero de aquél a este la diferencia es poca. No son dioses, ¿qué quieres?, son apenas humanos.

Ella se ríe de nuevo y se sienta en su silla, él no encuentra qué hacer consigo mismo. Ella se muerde los labios y él se muerde la lengua. Ella se ríe de nuevo, como retándolo a romper el silencio. Él cae en el juego.

- ¿Quieres ir a los bosques con un libro, - dice él, inclinándose ahora sí para recoger las hojas - un libro suave de belleza lleno? Leer podremos algún trozo ameno. – ella se levanta con deliberada lentitud. Él se siente perdido, pero aún se aferra a su bastión - Te pediré me cuentes tus amores y alguna historia que por ser añeja nos dé el perfume de una rosa vieja. – De nuevo deliberadamente, ella se arrodilla con absoluta parsimonia junto a él, recogiendo las hojas, tocándole la mano cada vez que se puede - En las grandes mujeres reposó el universo. Las consumió el amor, como el fuego al estaño, a unas; reinas, otras, sangraron su rebaño. – ella intenta tomarle la mano, él la esquiva y se pone de pie como quien recibe un shock eléctrico - De los libros las tomo como de un escenario fastuoso –

- ¿Las envidias, corazón mercenario?– se levanta ella, de nuevo acorralándolo.

Con las puntas de los dedos venciéndose desde la tabla de su resistencia, él aún tartamudea a media voz.

- ¿Tu nombre?

- Pandora – miente como antes.

- Falso. No puedes ser todas.

- Así somos, ¿no es cierto? Ya lo dijo el poeta: Deseamos y gustamos la miel de cada copa y en el cerebro habemos un poquito de estopa. – y vuelve a reír, mientras él, sin más defensa que sus manos, va retrocediendo sin mucha convicción con el escritorio de por medio.

- Mira que estoy de pie sobre los leños, - dice él - que a veces bastan unos pocos sueños para encender la llama que me pierde. – y esa llama se acerca a él, librando el obstáculo del escritorio por encima, con toda su agilidad felina, quedando a un suspiro de sus ojos asustados - Sálvame, amor, y con tus manos puras trueca este fuego en límpidas dulzuras y haz de mis leños una llama verde.

Convencida por fin de que las defensas han caído, ella ríe de nuevo, con total decisión, con total malicia.

- Si quieres besarme… besa, yo comparto tus antojos. – dice ella con la sonrisa pícara del gato en el país de las maravillas.

- Tu nombre – dice él, cayendo sobre su silla.

- Elena – responde ella, quieta; otra mentira.

- Falso. ¡Tu nombre verdadero!

Ella ríe, como no ha dejado de hacer. Toma asiento sobre el borde del escritorio y cruza los tobillos, como una niña buena.

- Dijiste la palabra que enamora a mis oídos. – él la mira son comprender - Ya olvidaste. – se encoge de hombros - Bueno. – con total calma, con actitud inofensiva, ella le retira el cabello de los ojos - Duerme tranquilo. Debe estar sereno y hermoso el rostro tuyo a toda hora. – sin siquiera meter las manos, él la deja hacer y ella acaricia su boca con los dedos - Cuando encanta la boca seductora debe ser fresca, su decir ameno; - ella se pone de pie, acorralándolo en la silla. Él ya no tiene deseos de seguir huyendo - para tu oficio de amador no es bueno el rostro ardido del que mucho llora.

- Oh, silencio, silencio... esta tarde es la tarde en que la sangre mía ya no corre ni arde. – él aún pone sus manos de barrera, intentando por última vez detener la marcha - Oh, silencio, silencio… en torno de mi cama tu boca bien amada dulcemente me llama.

Ella le toma las manos, apartándolas. Él se anima a verla a los ojos.

- ¡Cubre de bellas víctimas el suelo! – la sonrisa de ella ya no tiene nada de inocencia - Más daño al mundo hizo la espada fatua de algún bárbaro rey, y tiene estatua.

Él deja caer las manos a los costados, pero ya está vencido.

- Y no puedo ya más, en cada gota de mi sangre hay un grito y una nota. Y me doblo, me doblo bajo el peso de un beso enorme, de un enorme beso.

Ella se inclina sobre él, besándolo. Él al principio aún se resiste. Intenta alejarla y ella lo mira, muy seria, muy insistente.

- Escrútame los ojos sorpréndeme la boca, sujeta entre tus manos esta cabeza loca…

- Dame a beber veneno, - por fin decide rendirse - el malvado veneno que moja los labios a pesar de ser bueno. – y ahora es él quien la besa, quien la busca y ella no se resiste en absoluto, sino que se deja llevar, incluso lo controla.

La tarde pasa, no eterna e interminable como al principio se antojaba, sino en un devenir y mecer en el que el tiempo no es más que una palabra absurda.

- Mírame aquí a tu lado tirada dulcemente; soy un lirio caído al pie de una montaña... Mírame aquí a tu lado... Esa luz que me baña me viene de tus ojos como de un sol naciente. – dice ella.

- Oye: yo era como un mar dormido. Me despertaste y la tempestad ha estallado. – por primera y única vez, él ríe - Sacudo mis olas, hundo mis buques, subo al cielo y castigo estrellas. No me mires con miedo. Tú lo has querido.

- Salta y húndete mucho, oscila conmigo y que vibren las cosas… cambien y giren siempre hacia la luz – dice ella.

Y por un tiempo ninguno de los dos dice nada más.

Termina la tarde y comienza la noche. La oficina no es la misma de hace unas cuantas horas. Los dos dormitan sobre la alfombra, entre las hojas de papel, que yacen olvidadas. Ella lo mira, con su sonrisa pícara, con su mirada traviesa.

- Aquí, sobre tu pecho, tengo miedo de todo – confiesa él

- Estréchame en tus brazos como una golondrina – responde ella - y dime la palabra, la palabra divina que encuentre en mis oídos dulcísimo acomodo. Háblame de amor, arrúllame, dame el mejor apodo, besa mis pobres manos…

Sin saber aún bien qué hace, él le besa la frente. Ella se pone seria de pronto y lo mira interrogante. Él aún no sabe bien qué hacer, atina a hilar un par de palabras.

- Tu nombre.

Ella aún no responde. Al contrario, se levanta, se viste, recoge sus libros. Los hojea con aire indolente. Él la mira sin comprender o sin querer comprender.

- Me besarás los ojos… estarás a mi lado… - dice él mientras ella se levanta.

- Adiós, hasta mañana, hasta mañana amado – dice ella, mientras abre la puerta y desde el umbral lo mira. Su rostro en sombras deja que se adivine por última vez la sonrisa, mientras él se medio incorpora entre las hojas regadas, las colillas de cigarro y las tazas sin café.

- Mi nombre. Dolores, profesor. – y sale con una sonrisa y un beso.

La noche es cálida y sopla un viento fresco, una noche de esas en las que vivir es poco más que un milagro. La oficina impregnada de la brisa de lavanda y romero, los labios retienen un sabor a cereza. Él sigue donde ella lo dejó, sobre la alfombra entre los papeles llenos de galimatías, de palabras que, de tan repetidas y viejas, casi dañan la vista.

- Es una boca más la que he besado. – dice él, mirando el techo, pasándose las manos sobre los ojos, como intentando borrar su imagen - ¿Qué hallé en el fondo de tan dulce boca? ¿Que nada hay nuevo bajo el sol y es poca la miel de un beso para haberlo dado? – Mira hacia la ventana, ya es noche cerrada y apenas se ve nada entre las sombras del exterior. No es nada, sin embargo, (si pudiéramos ver las sombras que se ciernen ahora dentro de la oficina...) - Heme otra vez aquí, pomo vaciado. Bajo este sol que a mis espaldas toca a la cordura vanamente, invoca mi triste corazón desorbitado. ¿Una vez más? … Mi carne se estremece y un gran terror entre mis manos crece, pues alguien da mi nombre a los caminos.

El presente texto nació como el argumento para un cortometraje erótico en la materia de Lenguaje Cinematográfico. Francamente, eso de escribir en imágenes aún no se me da. Los versos son autoría de Alfonsina Storni y no puedo declarar mi propiedad sobre ellos. Todo lo demás es mío, salvo tal vez la fantasía común de la lolita y el profesor.

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