No, no, así no está bien. A estas alturas ya está cansando, señor director. También sus actores lo están. Pero el cansancio ya resulta irrelevante. También la gripa, la ronquera, los pies hinchados, el hambre, el calor e incluso el hastío. Todo pasa a segundo plano porque ya tienen la función encima y la obra no está como usted esperaba, señor director.
Los actores lo saben. A pesar del cansancio perciben que algo falla, algo que ninguno identifica pero que todos echan en falta. Y usted con una mayor añoranza, señor director, porque tras soñar y planear esta obra no puede menos que desesperarse cuando ve que aquello que soñó está cerca tal cual lo soñó, que su meta está a dos pasos, pero no alcanza a ubicar los peldaños para avanzar.
Por eso tanto ensayo. Por eso tantas correcciones. Por eso el ceño fruncido y los brazos cruzados y el mohín en la boca y la voz levantada. Por eso el interrumpir a mitad de una frase, el retomar desde el principio cuando van casi al final. Algo falta, algo falta.
Y ya está la función encima, señor director. Y usted aún no está satisfecho. Aunque no es que haya errores. La música está adecuada, el vestuario preparado, los actores interpretan sus papeles con profesionalismo: sus reacciones se ven naturales, sus tiempos son los correctos y, en general, logran vender la idea. No hay motivo de queja, señor director, a pesar de sus recelos. Por esta ausencia de fallas, señor director, usted pasa toda la noche anterior a la función inquieto, aunque finalmente decide que todo es producto del estrés y el cansancio. Con esto en mente, por fin se duerme.
En la función, usted apenas si tiene tiempo de respirar, señor director, con los preparativos de la obra. Hay que conectar el equipo de sonido, hay que instalar la escenografía y, obviamente, preparar a los actores, en resumen, hay que tener todo listo. Por eso apenas si habla con nadie. Apenas un par de palabras apresuradas para desearles que se rompan una pierna y a escena.
Al levantarse el telón, señor director, sus rodillas tiemblan. Ése algo que echaron en falta durante los ensayos, ¿lo notará el público? Pero entonces usted sí nota algo, señor director: que lo que se echó en falta… ahí está. De alguna manera ahí está, como estuvo siempre pero apenas perceptible, como el olor de una comida antes de que se levante la tapa de la olla.
Allí está toda la magia y la intensidad que soñó, señor director, allí está como estuvo siempre, pero ahora inflamada por las luces, la adrenalina, el escenario y por usted mismo, señor director, que ahora abre los ojos ante esto como un recién nacido bajo el sol.
Pero no. Algo no cuadra. Esas personas en el escenario no son sus actores, señor director. No pueden ser. Por ejemplo, la joven y fresca actriz ha sido reemplazada por una horrible bruja decrépita que provoca en el público (y en usted, señor director) estremecimientos de espanto. Los actores que apenas se soportaban en los ensayos han sido suplantados por una apasionada pareja de amantes que incluso a usted, señor director, les arrancan suspiros. Los simpáticos compadres no se ven, y en su lugar llegan un par de perversos tiranos, tan malvados que tiene que contenerse, señor director, para no lanzarse a los puñetazos.
¿Qué pasa, señor director? ¿En qué extraña dimensión, en qué desdoblado universo se ha metido esta noche después de la tercera llamada? ¿Por qué extraño azar estas personas han invadido su escenario y desplazado a sus actores? ¿De qué manera ha venido usted a ser testigo de semejante historia?
Cuando, después de todo un torbellino de agotadoras emociones, por fin cae el telón, los aplausos lo sobresaltan como la alarma de un despertador. Los extraños avanzan al proscenio para agradecer los aplausos y alguien lo jala, señor director, para que usted también reciba el reconocimiento del público. Como en un sueño, agradece los aplausos y, desconcertado, vuelve a las sombras para terminar el trabajo: hay que desmontar lo que se montó y, en una palabra, dejar todo como si un hubiese sucedido nada.
Pero sí que sucedió algo. Usted lo percibió, señor director. Por eso, cuando después pasa por camerinos, se queda de una pieza… ¡Ahí están! ¡Son sus actores! La jovencita se ha quitado la peluca y ha dejado el bastón, los amantes ya no son tales y no se dirigen la palabra, los malvados bromean en una esquina y hacen reír a sus compañeros. Allí están, siempre fueron ellos, señor director; sólo estaban curtidos por los ensayos, de tal suerte que ni usted los reconoció después de la tercera llamada.
Por eso, señor director, cuando queda programada la próxima función sus actores gimen de cansancio y usted mismo sabe que se avecina el temporal. Pero en los ojos de todos brilla el fuego de saber la intensidad de la hoguera que se desatará después de la tercera llamada.
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