Tal vez el amor perfecto no sea una caja de bombones, un ramo de rosas blancas, una serenata a las dos de la mañana. No es una pareja melliza que va adonde debe ir y renuncia a lo que quiere renunciar por estar juntos.
Tal vez sea lo opuesto. Tal vez el amor perfecto sea eso: comprenderse y complementarse de tal manera con el otro que no hacen falta grandes aspavientos para demostrar que ya es parte de tu vida. Parte de tu ser.
Y cuando no está, no es que sobrevenga la muerte, que cueste respirar, que el mundo sea oscuro, frío y tenebroso... simplemente es que algo falta, estás incompleto. Pero la falta no es mortal. Es como estar a dieta, sólo te hace desearlo más y más y al encontrarlo de nuevo tiene un sabor distinto cada gesto, cada abrazo, cada rincón.
Un acoplamiento tan sutil que no llega a ser todo en la vida, ¡pero sí le da un sabor más dulce!
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