martes, 30 de agosto de 2011

Carta con Dedicatoria

Dedicado a mis amigas embarazadas y, tardíamente, a mis amigas con hijos.

Agosto de 2011.

PARA UNA PANCITA:

Has de saber, como sólo lo saben quienes viven fuera del tiempo, que eso que los adultos llaman “estrellas” son en realidad brillantes casas de cristal que, flotando en el infinito manto celeste, sirven de habitación a hadas y ángeles por igual (pues has de saber también que las hadas son ángeles que aún no se gradúan en la escuela de la vida)

Lo que probablemente no sabes es que esas hadas sólo pueden graduarse de esa escuela y convertirse en ángeles cuando dejan de ser hadas. Así, cada cierto tiempo sale una nueva generación de hadas desde esas casas de cristal llamadas estrellas, se suben a una gota de lluvia, a una nube, a una ráfaga de viento, a un beso, y con tan extravagantes monturas vienen a la tierra a vivir y a aprender de la escuela de la vida.

Claro está que estas hadas no se lanzan al azar, ¡caray! No abandonarían la seguridad de su estrella así como así. Las hadas seleccionan con cuidado su destino, planeando por meses, años o milenios su trayectoria, a fin de aterrizar en la Tierra convertidas en aquello que previamente han seleccionado; es la elección de carrera celestial: así como los humanos eligen ser doctores, ingenieros, arquitectos y otras cosas con muchas sílabas; las hadas eligen ser flores, mares, aves o mariposas, que son palabras más bonitas y menos absurdas.

Pues ahí tienes tú a un hada pequeñita que, con toda la cautela del mundo, planeó su viaje a la Tierra. Ella había elegido ser una rosa y esa es una carrera muy complicada, pues las rosas deben ocuparse de ser flor, de ser amor, de ser perfume, de ser laberinto, de ser tallo, de ser espinas y de ser color, pues todo esto (y mucho más) engloba el ser lo que no llamamos con cualquier otro nombre más que rosa. Nuestra hada lo sabía, porque había estudiado muchos años con mucha pasión el delicado arte de ser una rosa.

Así que en una fresca mañana de finales de primavera el hada que quería ser rosa salió de su estrella, montada en el último rayo de luna, y de ahí trasbordó para tomar el primer rayo de sol. Todo iba según lo planeado, lo que no siempre es bueno, pues los planes tienen la terrible desventaja de no permitirte detenerte un momento a ver una nube bonita o saludar a un pajarito; al menos eso pareció pensar una ráfaga de viento muy traviesa que, sin previo aviso ni previa cita, dio un pequeño empujoncito al hada que quería ser rosa, con lo que provocó que perdiera el apoyo y cayera de su rayo de sol.

Esto no tiene para un hada la implicación que tiene para nosotros, pues ciertamente pueden volar, además de ser tan pequeñitas y livianas que hasta el viento que produce una carcajada las eleva. Pero también es muy cierto que nuestra hada en cuestión había descendido para convertirse en rosa, con lo que antes de salir de casa había entregado sus alas a un amor perdido para que volviera al corazón que lo extravió, así pues no tenía alas ya. Esta podría ser una historia terrible en otras circunstancias, pero nuestra hada había estudiado y había puesto mucho esfuerzo en llegar a ser rosa, así que no iba a dejar que una traviesa ráfaga de viento la alejara de su meta. ¿Qué hizo entonces nuestra hada? Se colgó de un sueño que iba pasando para aterrizar a salvo, liviana como pétalo. Pero, al mirar a su alrededor, se asustó: no había rosas por ahí.

El hada que quería ser rosa se asustó terriblemente, pues tenía poco tiempo para inscribirse a su carrera antes de que los ángeles prefectos bajaran de nuevo por ella y la obligaran a esperar un siglo más por la siguiente vuelta de exámenes para su generación. Comenzó a llorar gotas de rocío, que son lo mejor que hay para lubricar los ojos y aguzar los sentidos cuando uno está solo y perdido. Y su aguzado sentido del oído le indicó al hada que cerca de ahí alguien se reía. El hada se colgó del hilo de esa risa y lo siguió hasta su origen, encontrándose al final con una amplia sonrisa de mujer.

El hada había estudiado sobre la mujer y observó atentamente a la mujer que sonreía. No le tomó mucho darse cuenta de que estaba frente a una mamá. Las mamás, según había leído, eran la versión terrestre más cercana a los ángeles prefectos: guías, amigas, consejeras, refugios, consuelos, fuente inagotable de alegrías y besos, fuente eventual de regaños y verduritas, fuente agotable de alimento para el cuerpo y fuente inagotable de alimento para el alma.

El hada perdida estudiaba concienzudamente a esta mamá y vio que aún no era mamá, pero casi, pues llevaba su maternidad escondida en una redonda pancita. Vio también que esta mamá regalaba sonrisas, risas, cariños, apretones de manos y de vez en cuando abrazos como recurso renovable. Y es que los adultos tienden a olvidarlo cuando acceden a la adultez, pero el cariño y el amor no sólo son recursos renovables, sino también recursos mágicos, pues alguien que reparte cariño sin medirlo ni guardarlo se encuentra al final del día con que el cariño no se acabó sino que regresó multiplicado varias veces. Eso es precisamente lo que pasa, sobre todo con gente como la mamá que el hada perdida encontró.

Nuestra hada miró de arriba abajo a esta mamá, o al menos lo intentó, pues cuando su mirada pasó de la pancita al pecho vio algo que nunca había visto en todos sus años de estudio: vio un campo verde y fértil, dispuesto al cariño y al amor, a la alegría y las sonrisas, dispuesto ante todo a la vida y a lo que ella trajera; vio un altar dorado donde refulgía como un sol la ilusión y vio que de ese altar en el pecho de mamá salía una voz que decía “ven aquí, este es tu hogar”.

El hada que ya no era rosa escuchó esa voz y vio ése campo y no lo dudó. Trepó rápidamente por un rizo de los cabellos de mamá hasta el altar del pecho, que se cerró en torno a ella como un abrazo afectuoso y, una vez dentro, se quedó profundamente dormida.

Transcurrió el tiempo, como es su vocación y su costumbre, y nuestra hada se entregó de lleno a su tarea. Un buen día la mujer de la sonrisa se inclina sobre una cuna para tomar en brazos a un bebé dormido: ha entrado oficialmente en su puesto de mamá. El bebé que antes fue pancita abre los ojos en el abrazo de mamá: ha entrado oficialmente en su puesto de bebé.

¿Y el hada que quería ser rosa? Como les dije, se ha entregado de lleno a su carrera. Mamá ríe y sonríe a los ojos del bebé. Bebé mira a mamá y sonríe también y en sus mejillas se asoman dos rosados y brillantes capullos de rosa. El hada ha cumplido con su sueño.



CAPULLITO DE ROSA: No te conozco aún pero sé que tú conocerás a todos los personajes de esta carta. Mira a mamá y sonríe con ella. Reparte tu cariño y siempre encontrarás que tienes mucho más. Vive tu vida con cariño y con sonrisas y así ayudarás a que nuestra hada que hoy es rosa se convierta al final de la escuela en un ángel con alas de sueño.

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