lunes, 29 de septiembre de 2008

"¡PUEBLO, ABRE LOS OJOS!"

Éste trabajo fue realizado de manera conjunta con mis queridas amigas del Colegio de Ciencias y Humanidades Plantel Naucalpan en los meses de octubre y noviembre del año 2004. No es justo que me lleve el crédito que compartimos las cuatro. Ellas son:
Adriana Miranda Ocaña
Brenda Eirem Trejo Maruri
Jocabeht Ruiz Ruiz
¿Qué pasa en este país? ¿Acaso el daño que surgió de la violenta represión del Movimiento Estudiantil de 1968 no es suficiente? ¿Qué necesitamos para darnos cuenta del daño que nos hicieron? ¿Inteligencia? ¿Haberlo vivido en carne propia? ¿Un poco de capacidad de indignación ante la injusticia, el autoritarismo y la represión? ¿Qué se necesita para conocer y comprender la magnitud de los daños ocasionados y que tienen repercusión hasta nuestro días?
¿Hay culpables? ¿Quienes? ¿El gobierno? ¿Nosotros? ¿Nuestra economía? ¿La cercanía de las Olimpiadas? ¿Díaz Ordaz? ¿Luis Echeverría? ¿La sociedad que permitió la impunidad?
¿En qué país vivimos y viviremos? ¿En qué país vivían esos miles de manifestantes que se reunieron en Tlatelolco? ¿En qué país querían vivir aquellos que murieron la noche del 2 de octubre?
Éstas y muchas más son las preguntas hechas por más de una persona. Y todas con el fin de saber qué es lo que en verdad sucedió esa noche del 2 de octubre de 1968, una realidad de la que hay muchas preguntas y muy pocas respuestas, y éstas pocas respuestas señalan a una sola dirección: fue un crimen que se llevó a cabo por la presencia de autoritarismo y represión desde el gobierno hacia su pueblo, simplemente una matanza sin razón de ser.

LA MANO TENDIDA
Hay dos conceptos fundamentales que debemos definir antes de continuar, y que eran dos de las principales actitudes contra las que se manifestaban los estudiantes: autoritarismo y represión.
El autoritarismo se define como la actitud de quien ejerce con exceso su autoridad. La represión es, a su vez, el acto o conjunto de actos -ordinariamente desde el poder- para contener, detener o castigar con violencia actuaciones políticas o sociales.
Una vez establecidas estas aclaraciones, se entiende el hecho de que al Movimiento Estudiantil se unieran obreros, madres de familia y otros sectores de la sociedad ya que, independientemente del pliego petitorio, los estudiantes se rebelaban contra la forma autoritaria del gobierno todopoderoso. Este aspecto se ve reflejado en los coros de las manifestaciones de la época, tales como " 'MÉ-XI-CO-LI-BER-TAD', 'DIÁ-LO-GO-DIÁ-LO-GO' y 'ÚNETE-PUEBLO' " (Poniatowska, 1971)
Con las marchas se esperaba ejercer presión sobre el Gobierno, y que los medios y el mismo Gobierno reconociera que no había diálogo para intentar llevar a buen fin el Movimiento. En un discurso pronunciado el 1 de agosto de 1968, el presidente afirmó: "Hay que restablecer la paz y la tranquilidad. Una mano está tendida; los mexicanos dirán si esta mano se queda tendida en el aire", pero tal vez la mano estaba tendida hacia otro lado, porque el diálogo con las cabecillas estudiantiles jamás se dio... de hecho, ni siquiera se planteó.
Las manifestaciones siguieron, al igual que el secuestro de camiones, la 'pinta' de bardas y la toma de instalaciones. Los estudiantes estaban convencidos de que, si ejercían presión, el gobierno acabaría cediendo, pero se equivocaron. En lugar de presionar al gobierno al diálogo, lo orillaron a una medida desesperada: el uso del ejército.
Lo curioso fue que la represión de los movimientos sociales por medio del ejército no era nueva, incluso durante las rebeliones estudiantiles y sociales de los años sesenta, el ejército había intervenido para aplastar los movimientos, lográndolo en la mayoría de los casos. Resulta extraño el hecho de que los estudiantes ignoraran la posibilidad de un ataque, teniendo esos antecedentes.
Por otro lado, el carácter masivo del movimiento, donde no sólo había estudiantes, sino también obreros, profesores, médicos y otros reminiscentes de movimientos anteriores (superaba por mucho en número a todos los movimientos anteriores, incluida la huelga de ferrocarrileros) hacía imposible al ejército atacarlos abiertamente y, puesto que se trataba mayoritariamente de muchachos de entre 15 y 20 años -no de soldados ni de invasores peligrosos- no podían intervenir contra ellos, al menos no a la vista de todos y sin un motivo 'razonable'. Era, aunque implícitamente, una lucha entre un ejército armado y bien entrenado contra niños de preparatoria.
En fin, el diálogo nunca llegó, y los estudiantes sabían que no llegaría. Un sector del Comité de Lucha de la Facultad de Leyes de la UNAM encabezó en el Zócalo el grito de "¡Bocón, sal al balcón! ¿Dónde está tu mano tendida?" (Poniatowska, 1971)

"¡NO CORRAN COMPAÑEROS, ES UNA PROVOCACIÓN!"
Los estados de Sinaloa, Chihuahua y Michoacán, y la Plaza de la Constitución (Zócalo), así como la Avenida Insurgentes y el Casco de Santo Tomás, fueron escenario de marchas y mítines; sin embargo, Tlatelolco fue la culminación, la más grande manifestación del Movimiento. Pero como dice la sabiduría popular: "Todo lo que sube tiene que caer".
La tarde del 2 de octubre se reunieron en la Plaza de las Tres Culturas aproximadamente 10 mil personas, y no sólo estudiantes, sino también niños, madres de familia, obreros, trabajadores sociales, incluso vendedores ambulantes, que se presentaron ése día por diversas razones: algunos porque simpatizaban con el movimiento, otros por pura curiosidad y otros más simplemente por mera coincidencia. Eran gente común y corriente, no tropas invasoras.
El mitin comenzó aproximadamente a las 5:30 de la tarde, cuando tomaron el micrófono los cabecillas del Consejo Nacional de Huelga (CNH). Hasta ése momento la tranquilidad era visible, aunque la Policía, los tanques y el ejército mexicano (entre otras fuerzas armadas) se encontraban presentes y observaban el acto. También se notaba un ir y venir de hombres vestidos de civil con un guante o pañuelo blanco en la mano izquierda.
Hacia las seis de la tarde, helicópteros comenzaron a sobrevolar la plaza. Dice Elena Poniatowska (y otros lo repiten) que no le gustaron, parecían aves de mal agüero. Un estudiante de apellido Vega daba las últimas indicaciones, principalmente para posponer una siguiente marcha debido a la represión por medio del uso de la fuerza pública. También pedía a sus compañeros que al terminar el mitin se retiraran ordenadamente. Ordenadamente. Obviamente no planeaban un golpe de Estado como aseguraba en su paranoia Gustavo Díaz Ordaz.
Inocultablemente feo, y comparado constantemente con su predecesor López Mateos, Díaz Ordaz estaba convencido de que el Movimiento Estudiantil era un 'complot' en su contra. No estaba dispuesto a hablar de igual a igual con muchachos de entre 15 y 20 años. Ya había reprimido violentamente la huelga de los médicos de 1964, y no cedería ante las demandas de unos niños. Su respuesta fue una de las más deplorables y patéticas muestras de represión: el uso del Ejército, la Policía y el Estado Mayor Presidencial, armados para una guerra en contra de muchachos cuyo arsenal consistía en piedras, cohetones y bombas caseras.
El entonces Secretario de Defensa Nacional, General Marcelino García Barragán, describe la acción militar de esa noche como sigue:
"(...) Mi plan consistía en aprehender a los cabecillas del movimiento, sin muertos ni heridos (...) Terminamos el plan a las dos de la tarde y lo tradujimos en órdenes que se cumplieron a las 15:30 de esa tarde {la del 2 de octubre}. El Capitán Careaga estaba acantonado en los departamentos vacíos del Edificio Chihuahua, con órdenes de aprehender a Sócrates Amado Campos cuando estuviera el micrófono; el Coronel Gómez Tagle a las 3:40 del día 2 estaba con su batallón Olimpia con su dispositivo, para tapar todas las salidas del edificio Chihuahua (...) Empezó; y a la hora en que Sócrates estaba más entusiasmado hablando a la multitud, un soldado escogido por el Capitán X, jaló las piernas a Sócrates derribándolo, éste siguió hablando hasta que el Capitán se lo quitó {el micrófono}, en esos momentos comenzaron los disparos de las 5 columnas de seguridad que a las órdenes de XXX estaban apostados en las azoteas de los demás edificios esperando al ejército, quien contestó el fuego.
En los primeros tiros cayó el General Toledo, Comandante de Paracaidistas; durante el tiroteo murieron XX oficiales y XX tropa y 35 civiles muertos y XX heridos (...)
A los primeros disparos el Batallón Olimpia se replegó en las entradas del Edificio Chihuahua y aprehendió como 400 individuos entre los que se encontraron todos los cabecillas del movimiento, descabezándolo, que fue el éxito completo de mi plan (...)" (Scherer, 1999)
Esa es, por supuesto, la versión oficial de un General que se encontraba relativamente a salvo. En cambio, los manifestantes vivieron una noche muy diferente.
Después de las seis de la tarde, uno de los helicópteros que sobrevolaban la plaza dejó caer una bengala verde, una LUZ VERDE.
En ese momento se oyeron disparos, provenientes de los edificios que rodeaban la plaza: ISSSTE, 2 de abril, Revolución de 1910 y muy especialmente el Edificio Chihuahua, desde donde también gritaban los dirigentes del CNH "¡No corran compañeros, son salvas...! ¡No se vayan, no se vayan, calma!"; la multitud, aterrada, corría por todas partes, haciendo caso omiso de la petición.
¿Casualidad o causalidad? Al escuchar los disparos, el ejército (que se encontraba ahí con intenciones de controlar el orden de la manifestación y de disolver el contingente sin uso de armas o de la fuerza) respondió la agresión, buscando a los francotiradores.
Los estudiantes y los ancianos, obreros, niños y madres de familia se encontraron atrapados dentro del fuego cruzado. Las personas buscaban refugio en los edificios, escaleras, elevadores, donde fuera. Muchos cayeron heridos, agonizantes, muertos. Tlatelolco se había convertido en un infierno.
" 'Un médico, por favor, por piedad, por lo que más quieran! ¡Un médico, por Dios!'
'¡Ya basta! ¿A qué horas se va a acabar esto?'
'Hermanito, ¿qué tienes? Hermanito, contéstame...'
'¿Quién? ¿Quién ordenó esto?'
'¡Alto el fuego! ¡Alto!'
'¡Estoy herido! Llamen un médico...'
'¡Agáchate, te digo! ¡Nos van a matar!'
'¡Juanito! ¿Qué te pasa, Juanito? ¡Levántate!' " (Poniatowska, 1971. Recopilación)
Estos y otros gritos igualmente desesperados se confundían en el escándalo de la Plaza. Entre los llamados, los gritos, los llantos y las órdenes, un soldado le gritaba a uno de sus compañeros: "No tires, tírales al aire hombre. No son criminales; si son muchachos, no les tires, al aire hombre, al aire, tira al aire..."
El fuego intenso duró aproximadamente una hora, después de la cual los disparos disminuyeron. No obstante, los disparos no cesaron hasta las tres de la mañana del día siguiente. Nunca se supo con precisión el número de muertos ni heridos. Muchos estudiantes desaparecieron sin dejar rastro.
Y aunque el movimiento se extendió hasta principios de diciembre, el gobierno había logrado su meta: el movimiento estaba sofocado, murió junto con los cientos de jóvenes que tiñeron de rojo la Plaza de las Tres Culturas y que aún debían haber vivido muchos años.

¿QUÉ PASÓ?
Algo que nunca podremos comprender es ¿cómo es posible que los mismos periodistas que fueron encañonados por el Batallón Olimpia, que lo vieron cuando abrió fuego para provocar al ejército, al día siguiente escribieran que fueron los estudiantes los que comenzaron la agresión, los que abrieron fuego contra el Ejército? Es posible que fuera otra muestra de represión gubernamental, que quería hacer parecer que en realidad había salvado al país.
Otro asunto sospechoso es el hecho de que los soldados respondieran inmediatamente al fuego, cuando los documentos del Secretario de la Defensa Nacional manifiestan lo siguiente:
"El Ejército, como en todas las intervenciones anteriores, recibió las órdenes siguientes:
1. Actuar con suma prudencia al hacer contacto con las masas.
2. Si el ataque es con piedras, varillas o bombas molotov, buscar el combate cuerpo a cuerpo sin emplear bayoneta.
3. Aunque haya disparos de parte de los estudiantes, no se hará fuego hasta no tener 5 bajas causadas por bala.
4. Si atacaran con fuego aislado y sin consecuencias, contestar al aire, solamente oficiales.
5. Si la situación lo requiriera, contestar como sea necesario." (Scherer, 1999)
En el inciso 3 dice claramente 'no se hará fuego hasta no tener 5 bajas'. Entonces ¿por qué contestaron inmediatamente los soldados?
"¿Cómo es posible que el gobierno considerara un 'gravísimo peligro' a un puñado de muchachos y muchachas? Resulta ridículo sobre todo si se sabe que el gobierno cuenta con un aparato de represión poderosísimo y ejerce un control casi absoluto sobre los medios de información. ¿Qué peligro, qué 'gravísimo peligro' no puede controlar el gobierno actual? Yo creo que el único que no puede controlar es el de su propia conciencia porque si los miembros del gobierno tuvieran la razón y gobernaran como se debe gobernar no le temería a nada ni necesitaría escudarse en la fuerza ni en la injusticia para sostenerse... Además, gran parte de la población es pasiva, entonces ¿qué? ¿Qué se traen? Llevan todas las de ganar." (Poniatowska, op. cit.)
"¿Cuál es el sentido de Tlatelolco? ¿A dónde nos llevó nuestro Movimiento? ¿Estamos mejor o peor que antes? Estas interrogantes podré contestarlas dentro de 5 años." Alejandro López Ochoa, de la Facultad de Ingeniería de la UNAM. (Ídem)

CONCLUSIONES
"Pueblo, abre ya los ojos" "El PRI no dialoga, monologa" (Scherer, 1999) Y monologa con pólvora y plomo, sin importarle a quién le toque. Finalmente, lo que querían era reprimir el Movimiento, un movimiento que ya estaba llamando la atención de otros sectores poblacionales y que amenazaba a las Olimpiadas, un Movimiento que organizaba sus mitines más grandes cuando comenzaba a llegar la prensa extranjera (incluso varios periodistas extranjeros se encontraban en el edificio Chihuahua); el Estado Mayor Presidencial no se iba a detener por el hecho de que entre los asistentes de esa tarde se contaran niños inocentes o muchachos ingenuos que esperaban tomar esa 'mano tendida'.
Y en efecto, el Gobierno se salió con la suya: su crimen salió impune. La gente no lo olvidó, pero tampoco se preocupó por asegurarse de que los asesinos de la juventud mexicana pagaran por todas esas muertes. Y no nos referimos a los soldados, ni al Batallón Olimpia, sino al jefe de las Fuerzas Armadas (el Ciudadano Presidente de la República), al Secretario de Gobernación, al Secretario de Defensa, a los generales, capitanes y coroneles que dictaron las órdenes para callar todas esas voces.
¡Qué enorme diferencia entre todos esos jóvenes que murieron cruelmente en una plaza y cuyos cuerpos fueron sepultados en una fosa común, y el presidente que murió rodeado de los suyos y que fue enterrado con honores que no se merecía! ¡Qué distinto el destino del entonces Secretario de Gobernación que llegó a Presidente el siguiente sexenio y que aún vive, con el destino de los niños que no llegaron a la mayoría de edad porque cayeron bajo la lluvia de plomo del 2 de octubre!
¿Es justo eso?
Dicen las malas lenguas que aquél que no aprende de su pasado está condenado a repetirlo. ¿Queremos que la sangre que manchó Tlatelolco el 2 de octubre de 1968 se derrame otra vez para ensuciar de nuevo la Historia de México? Los que estén en contra, que levanten la mano.
"¡2 de octubre no se olvida!" pero no hay que recordarlo como un pretexto para marchar, faltar a clases y destruir propiedad ajena, hay que recordar por qué luchaban los estudiantes del Movimiento y buscar la manera de ayudar a que los ideales del Movimiento se cumplan.
"Estamos dispuestos a morir de pie antes que someternos de rodillas. ¡Viva México!" (Carlos Monsiváis, 1999)

FUENTES BIBLIOGRÁFICAS
Ayala Anguiano, Armando. Historia Escencial de México. Tomo 6. ¡Extra! Contenido. México, 2004.
Guevara Niebla, Gilberto. La Democracia en la Calle. Primera Edición. Editorial Siglo XXI. México, 1988.
José Agustín. Tragicomedia Mexicana. Editorial Planeta. México, 1990.
Monsiváis, Carlos. Días de Guardar. Onceava Edición. Editorial Era. México, 1986.
Monsiváis, Carlos y Scherer García, Julio. Parte de Guerra. Tlatelolco 1968. Editorial Nuevo Siglo Aguilar. México, 1999.
Poniatowska, Elena. La Noche de Tlatelolco. Quinta Edición. Editoral Era. México, 1971.

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