Otro ensayo escolar. Este fue para el curso de Teoría de la Comunicación I con la profesora Esther Susana Ostolaza Calvillo. Lamento que todo sea 'refritos' últimamente. Ando corta de ideas para relatos cortos y tengo la mente metida en algo más grande. Prometo intentar enmendarles pronto. Mientras tanto...
En 1948 George Orwell (con experiencia vivencial en regímenes totalitarios, habiendo pasado por el socialismo y visto cómo los ideales con que se inicia van cambiando conforme se va conquistando el poder) escribió su última novela: 1984.
Esta novela es considerada la segunda obra de la trilogía distópica junto con Un mundo feliz de Aldous Huxley y Fahrenheit 451 de Ray Bradbury. Las tres obras hablan de Estados totalitarios en los que la sociedad ha sido sometida no por medio de la violencia física sino por medio del lavado de cerebro, Estados en los que la autoridad es prácticamente omnipresente y la población es obligada a cumplir las leyes y normas. En el caso Orwelliano, los métodos son principalmente el adoctrinamiento, la propaganda, el miedo y el castigo; todos encaminados a un control físico y mental del individuo.
El mundo de Orwell es controlado por cuatro Ministerios:
- del Amor
- de la Paz
- de la Abundancia
- de la Verdad
Y por tres consignas:
LA GUERRA ES LA PAZ
LA LIBERTAD ES LA ESCLAVITUD
LA IGNORANCIA ES LA FUERZA
El sistema está encaminado a alienar al individuo y hacerlo prácticamente incapaz de pensar por sí mismo. El Partido obliga a los ciudadanos a poseer telepantallas con micrófonos en sus casas y oficinas. Cada acto, cada palabra, incluso el pensamiento son observados constantemente y controlados. Por todos lados, grandes carteles advierten: “El Gran Hermano Te Vigila”
Enfoquémonos en el Partido. El Ingsoc (proviene de English Socialism), el Partido en el poder, cuenta con un importante mecanismo de cohesión, que resulta inquietante porque es fácil identificarlo en nuestras sociedades: canaliza la angustia y frustración del pueblo hacia un odio desmedido e irracional contra el enemigo y, al mismo tiempo, se encarga de producir un amor igualmente desmedido e irracional hacia el Gran Hermano; esto produce un obediencia que raya en la hipnosis, y la destrucción total de todo otro vínculo afectivo. El amor está prohibido, el sexo también. El Gran Hermano es lo único a qué aferrarse.
Prohibido el amor, ¿qué alternativa se tiene? El odio, un odio a lo extraño, a lo extranjero, a lo contrario al Partido, a todo aquello que esté fuera de los límites establecidos, a aquello que provoque al pensamiento diferente y, consecuentemente, al crimen del pensamiento.
La sociedad está condenada a una vida consagrada a las normas sociales, reguladas por la Policía del Pensamiento. Más aún, la sociedad vive condenada a la ignorancia que facilita la sumisión, a la falta de pensamiento libre porque el pensamiento es un crimen y la palabra ‘libre’ prácticamente no existe.
En 1984, el doblepensar se extiende más allá de simplemente ver que lo negro es blanco y que lo blanco es negro o que dos más dos son cinco. Se piensa pero no se razona y sólo se piensa dentro de unos límites establecidos, el sistema da la información únicamente para asimilarse. El doblepensar se extiende a esa adoración que Orwell llama amor y que se le profesa al Gran Hermano, o los Dos Minutos de Odio.
Dentro de la novela, el concepto mismo del amor (tan lindo y mono en otras novelas) no es un concepto emancipador, lo mismo pasa con el odio. El amor resulta un sometimiento de la voluntad, dado que es imposible una relación dialéctica, una dependencia que incluye al mismo tiempo miedo y una necesidad de agradar y de sentirse ‘parte de’. Esta especie de “estira y afloja” termina por llevar a un odio que no es odio en realidad, sino esa socorrida y conflictiva mezcla de odio-amor de la que no se sale. Es entonces cuando el enemigo ha ganado. Amor y/u odio pueden convertirse en desdén, aburrimiento, apatía o simplemente indiferencia, el mismo cerebro humano está condicionado para eso: la presencia constante del mismo sentimiento llega a convertirse en costumbre. Pero un conflicto que alterna entre amor y odio hace que ambos se mantengan, la constante presencia de uno y otro impide que cualquiera de los dos se convierta en costumbre.
¿Por qué estacionarse en el aparato amor-odio? Porque, teóricamente, tienden a verse como dos caras opuestas. Demócrito decía que el amor mantiene unidos a los átomos y el odio los separa. La doctrina católica con la que la mayoría crecimos, dice que odias o amas, pero no ambos a la vez. La mayoría de las definiciones los dividen tajantemente. En la realidad práctica, sabemos que no es así. Incluso, las zonas del cerebro que reaccionan durante una emoción u otra son cercanas.
De esta manera, el individuo orwelliano termina por odiar el concepto de individuo que lo distancia del Gran Hermano y, por extensión, termina por odiarse a sí mismo. La novela termina con una declaración clara, no es el mensaje de esperanza que siempre espera la gente al final de un libro, no es el final abierto, es la victoria del sistema y la aniquilación final del individuo aún después de la degradación, mutilación y deformación que recibió en el Ministerio del Amor: “Winston sintió sus ojos llenarse de lágrimas de alegría y reconciliación. La última lección había sido aprendida. Amaba al Gran Hermano.”