El paisaje de Baltimore en octubre es muy similar al de Londres, al menos eso dice mi compañero. Dado que yo nunca he visitado Londres, tendré que confiar en sus palabras. Lo que es seguro es que este paisaje parece sacado de uno de sus cuentos: húmedas calles adoquinadas, masas de gente yendo y viniendo en abrigos oscuros y las tristes farolas que apenas alumbran a través de la niebla de la noche temprana.
Todo esto hace ver a Poe aún más taciturno, pero al contrario, parece encontrarse casi alegre, en la medida en la que esta palabra puede aplicarse a un temperamento como el suyo.
- Querías preguntarme algo – señala mientras caminamos del brazo
Es cierto, para eso he pasado los tres últimos meses buscándolo por todo el país, pero ahora que estoy frente a él pareciera que me he quedado en blanco.
- Varias cosas en realidad – respondo aunque no puedo recordar ni una sola
- Adelante entonces.
Edgar Allan Poe no es particularmente alto ni robusto, en realidad tiene ese aire enfermizo que describe tan bien en ‘La caída de la Casa Usher’, pero sabe imponerse.
- ¿Qué lo trae a Baltimore? – digo mientras trato de recordar mi cuestionario
- ¡Ah! Ya veo que va a ser una charla formal – dice el escritor, y su atención parece alejarse de mí. Parece decepcionado.
- Nada de eso, señor Poe. – me apresuro a asegurar – Tal vez no me supe explicar. ¿Qué trae a un hombre de soledad y bosques profundos como usted a una ciudad tan ajetreada como Baltimore? ¿Proyectos literarios?
- En realidad, no. Bueno, al menos no míos. La esposa de un acaudalado comerciante planea publicar un libro de poemas y ha pedido mi asistencia. Para ser justos con la señora, no podría haber pedir mejor ayuda; para ser justos con la literatura, esos poemas jamás deberían publicarse.
- ¿Y cuándo tendremos poemas nuevos de usted, señor?
- Tal vez pronto. Una vez que reúna el capital suficiente, podré dedicarme a escribir de nuevo. Pero basta de charla inconsecuente, usted quería preguntarme algo. Debe ser incómodo, porque parece no saber bien qué decir. Dígalo sin rodeos, así es menos molesto.
- He estado leyendo algunos poemas suyos y varios cuentos también. Particularmente aquellos que llevan nombre de mujer ‘Eleonora’, ‘Leonora’, ‘Berenice’, ‘Annabel Lee’, ‘Ligeia’...
- ¡Ah, sí! Mis mujeres: todas ellas son jóvenes, arrebatadas de los brazos del amante por una penosa enfermedad. Romanticismo como lo enseñan en Europa.
- ¿Y Virginia?
Él se detiene de repente y me mira con una expresión extraña. De pronto, comienza a reírse silenciosamente y levanta la mirada, divertido.
- Con que era eso. Querías preguntar al viudo sobre su difunta esposa. ¿Pensaste que empezaría a llorar?
- ... ¿Es Virginia Poe todas estas mujeres?
- Más bien al revés
- ¿Todas estas mujeres son Virginia Poe?
- Sí, en cierta manera. Virginia ha sido mi más grande amor, en esta vida y en la otra. Lamento lo mucho que debió sufrir a mi lado.
Seguimos caminando. Mi compañero varía el ritmo de su andar conforme su entusiasmo cede el paso a la tristeza, y visceversa. No puedo dejar de mirarlo y de absorber sus palabras y sus gestos. Este hombre frente a mí ha provocado controversia por sus cuentos de horror, por sus críticas literarias, por sus mundos fantásticos, por todo su trabajo y toda su vida.
Todo esto hace ver a Poe aún más taciturno, pero al contrario, parece encontrarse casi alegre, en la medida en la que esta palabra puede aplicarse a un temperamento como el suyo.
- Querías preguntarme algo – señala mientras caminamos del brazo
Es cierto, para eso he pasado los tres últimos meses buscándolo por todo el país, pero ahora que estoy frente a él pareciera que me he quedado en blanco.
- Varias cosas en realidad – respondo aunque no puedo recordar ni una sola
- Adelante entonces.
Edgar Allan Poe no es particularmente alto ni robusto, en realidad tiene ese aire enfermizo que describe tan bien en ‘La caída de la Casa Usher’, pero sabe imponerse.
- ¿Qué lo trae a Baltimore? – digo mientras trato de recordar mi cuestionario
- ¡Ah! Ya veo que va a ser una charla formal – dice el escritor, y su atención parece alejarse de mí. Parece decepcionado.
- Nada de eso, señor Poe. – me apresuro a asegurar – Tal vez no me supe explicar. ¿Qué trae a un hombre de soledad y bosques profundos como usted a una ciudad tan ajetreada como Baltimore? ¿Proyectos literarios?
- En realidad, no. Bueno, al menos no míos. La esposa de un acaudalado comerciante planea publicar un libro de poemas y ha pedido mi asistencia. Para ser justos con la señora, no podría haber pedir mejor ayuda; para ser justos con la literatura, esos poemas jamás deberían publicarse.
- ¿Y cuándo tendremos poemas nuevos de usted, señor?
- Tal vez pronto. Una vez que reúna el capital suficiente, podré dedicarme a escribir de nuevo. Pero basta de charla inconsecuente, usted quería preguntarme algo. Debe ser incómodo, porque parece no saber bien qué decir. Dígalo sin rodeos, así es menos molesto.
- He estado leyendo algunos poemas suyos y varios cuentos también. Particularmente aquellos que llevan nombre de mujer ‘Eleonora’, ‘Leonora’, ‘Berenice’, ‘Annabel Lee’, ‘Ligeia’...
- ¡Ah, sí! Mis mujeres: todas ellas son jóvenes, arrebatadas de los brazos del amante por una penosa enfermedad. Romanticismo como lo enseñan en Europa.
- ¿Y Virginia?
Él se detiene de repente y me mira con una expresión extraña. De pronto, comienza a reírse silenciosamente y levanta la mirada, divertido.
- Con que era eso. Querías preguntar al viudo sobre su difunta esposa. ¿Pensaste que empezaría a llorar?
- ... ¿Es Virginia Poe todas estas mujeres?
- Más bien al revés
- ¿Todas estas mujeres son Virginia Poe?
- Sí, en cierta manera. Virginia ha sido mi más grande amor, en esta vida y en la otra. Lamento lo mucho que debió sufrir a mi lado.
Seguimos caminando. Mi compañero varía el ritmo de su andar conforme su entusiasmo cede el paso a la tristeza, y visceversa. No puedo dejar de mirarlo y de absorber sus palabras y sus gestos. Este hombre frente a mí ha provocado controversia por sus cuentos de horror, por sus críticas literarias, por sus mundos fantásticos, por todo su trabajo y toda su vida.
Su matrimonio con Virginia Poe, su prima de 14 años fue un gran escándalo en la conservadora sociedad norteamericana. Su casi mítico problema con la bebida también ha ocasionado que se lleguen incluso a prohibir sus libros en algunos círculos sociales del país. Sin embargo, he sabido que en el Viejo Continente sus obras son vistas con asombro y admiración y que, de hecho, el autor se ha visto 'adoptado' por los románticos de Europa. ¡Pensar que este hombre pálido está hablando conmigo, que está a punto de describirme los motivos y sentimientos que lo han llevado a escribir los cuentos y poemas más hermosos de este siglo!
Edgar Poe toma aire lentamente, como ordenando sus pensamientos y, con la misma voz con la que declama 'El Cuervo', comienza un nuevo relato.
- Eleonora es Virginia, sí. Eleonora es una niña, como lo era Virginia cuando me casé con ella. A ella no le hice promesas, al menos no con las palabras, pero mi amor ha resultado ser tan fiel como el que está en la historia. Estoy a punto de casarme también, y no me malentienda, amo a mi prometida, pero no puedo dejar de sentir en el viento a la dulce Virginia... o Eleonora.
“Annabel Lee es Virginia también. ¿Acaso el viento helado de la nube no heló y mató a ambas: a mi Virginia y a Annabel Lee? Poco importa que el poema no diga que Annabel Lee murió de tuberculosis como mi esposa. La poesía no aceptaría una aclaración tan burda cuando la interpretación la ofrece claramente. La prensa (gracias a Dios) no dijo mucho es su momento, pero también yo pasé mis noches en el cementerio, junto a la tumba de Virginia, mi vida, mi novia y mi esposa.
“Ligeia... ¡bueno, sería mi más grande sueño si Virginia pudiera volver como lo hizo Ligeia! Se comentó mucho cuando apenas se publicó el cuento, que la bella Ligeia compartiera ciertos rasgos con la pobre Virginia. A muchas personas no les hizo gracia que la amante del cuento muriera cuando mi esposa aún vivía, y peor que la muerta volviera cuando la viva parecía irse. Pensaron que me anticipaba a los hechos. Pensaron que intentaba inmortalizarla, aunque fuera sólo en papel. Pensaron que quería morirme con mi esposa... y tal vez tenían razón.
A esto sigue una pausa. Seguimos caminando, un par de paseantes como los demás por la avenida, abrigos oscuros, bufanda y guantes. No me atrevo a romper el silencio. No hace falta, Poe retoma el relato con una voz menos grave.
- Lo cierto es que pasé mucho tiempo junto a la cama de Virginia cuando escribía. A ella le gustaba verme mientras lo hacía y, para ser francos, a mí me gustaba que me viera.
“Los críticos dijeron muchas veces que, al casarme con ella, dejé de escribir con la misma calidad que en un principio. Otros más dijeron que me casaba con ella para que fuera el escándalo lo que vendiera mis cuentos. ¡Algunos llegaron a decir que sólo empecé a escribir bien hasta que ella enfermó!
No puedo dejar de notar un sabor amargo en sus palabras, como si le dolieran las insinuaciones, como si le enfermara el simple hecho de que a alguien se le haya ocurrido. Hay dolor en sus ojos oscuros y en su boca apretada bajo el bigote...
Seguimos caminando, sin mirar mas que a los adoquines, a la oscura aguanieve que tapiza las calles de Baltimore. Él deja escapar un suspiro quedo y, por un momento, me siento como un espía por presenciar algo tan íntimo, por esta demostración de vulnerabilidad de un hombre como Edgar Poe. Entonces él se detiene y me observa, dibujando de nuevo una media sonrisa. Mientras reanuda la marcha, reanuda también la charla:
- En respuesta a tu pregunta, sí: Virginia Poe es todas estas mujeres y todas ellas son Virginia Poe; al igual que todos los amantes soy yo y yo soy todos los amantes. No dudo que tal vez haya quien critique esto, diciendo que exploto la lástima ajena con la muerte de mi esposa para vender mis historias; no los culpo, tal vez yo pensaría lo mismo.
“Pero hay sólo una cosa que diría a mi favor: todos aquellos que me critican ¿no gastan dinero y esfuerzo en retratos o lápidas, para que cuando hayan muerto algo le diga al mundo quiénes eran y cómo vivieron? Yo retrato a mi Virginia en todas mis mujeres, le digo al mundo cómo vivió y la tristeza inmensa que me embargó cuando murió, esperando que los amantes de un futuro puedan gozar de amores más felices que el mío.
Un cuervo, símbolo inequívoco de Edgar Poe, nos mira desde las ramas de un árbol. Ambos lo miramos y yo siento que no queda nada más por decir. Poe parece sentir lo mismo, ya que me mira con su extraña sonrisa y sus penetrantes y melancólicos ojos y, con una inclinación de cabeza, se despide y comienza a caminar.
Siento que junto a mí pasa un viento cálido, algo totalmente imposible en el otoño de Maryland, y corre en dirección a Poe. Él se detiene y mira alrededor. Aún en la distancia, puedo ver su sombrío rostro mientras parece buscar algo en la oscuridad. El mismo viento cálido se deja sentir nuevamente, revolviéndole el negro cabello y una sonrisa (una verdadera sonrisa) se forma en sus labios, iluminando sus ojos. Por un momento parece un hombre nuevo, un hombre joven disfrutando de una alegría íntima e inconfesable.
Una ráfaga del frío viento de invierno arremete contra nosotros pero él parece no notarlo. Con la sonrisa aún en sus labios reanuda su marcha, un fantasma más perdiéndose en la neblina.
Edgar Poe toma aire lentamente, como ordenando sus pensamientos y, con la misma voz con la que declama 'El Cuervo', comienza un nuevo relato.
- Eleonora es Virginia, sí. Eleonora es una niña, como lo era Virginia cuando me casé con ella. A ella no le hice promesas, al menos no con las palabras, pero mi amor ha resultado ser tan fiel como el que está en la historia. Estoy a punto de casarme también, y no me malentienda, amo a mi prometida, pero no puedo dejar de sentir en el viento a la dulce Virginia... o Eleonora.
“Annabel Lee es Virginia también. ¿Acaso el viento helado de la nube no heló y mató a ambas: a mi Virginia y a Annabel Lee? Poco importa que el poema no diga que Annabel Lee murió de tuberculosis como mi esposa. La poesía no aceptaría una aclaración tan burda cuando la interpretación la ofrece claramente. La prensa (gracias a Dios) no dijo mucho es su momento, pero también yo pasé mis noches en el cementerio, junto a la tumba de Virginia, mi vida, mi novia y mi esposa.
“Ligeia... ¡bueno, sería mi más grande sueño si Virginia pudiera volver como lo hizo Ligeia! Se comentó mucho cuando apenas se publicó el cuento, que la bella Ligeia compartiera ciertos rasgos con la pobre Virginia. A muchas personas no les hizo gracia que la amante del cuento muriera cuando mi esposa aún vivía, y peor que la muerta volviera cuando la viva parecía irse. Pensaron que me anticipaba a los hechos. Pensaron que intentaba inmortalizarla, aunque fuera sólo en papel. Pensaron que quería morirme con mi esposa... y tal vez tenían razón.
A esto sigue una pausa. Seguimos caminando, un par de paseantes como los demás por la avenida, abrigos oscuros, bufanda y guantes. No me atrevo a romper el silencio. No hace falta, Poe retoma el relato con una voz menos grave.
- Lo cierto es que pasé mucho tiempo junto a la cama de Virginia cuando escribía. A ella le gustaba verme mientras lo hacía y, para ser francos, a mí me gustaba que me viera.
“Los críticos dijeron muchas veces que, al casarme con ella, dejé de escribir con la misma calidad que en un principio. Otros más dijeron que me casaba con ella para que fuera el escándalo lo que vendiera mis cuentos. ¡Algunos llegaron a decir que sólo empecé a escribir bien hasta que ella enfermó!
No puedo dejar de notar un sabor amargo en sus palabras, como si le dolieran las insinuaciones, como si le enfermara el simple hecho de que a alguien se le haya ocurrido. Hay dolor en sus ojos oscuros y en su boca apretada bajo el bigote...
Seguimos caminando, sin mirar mas que a los adoquines, a la oscura aguanieve que tapiza las calles de Baltimore. Él deja escapar un suspiro quedo y, por un momento, me siento como un espía por presenciar algo tan íntimo, por esta demostración de vulnerabilidad de un hombre como Edgar Poe. Entonces él se detiene y me observa, dibujando de nuevo una media sonrisa. Mientras reanuda la marcha, reanuda también la charla:
- En respuesta a tu pregunta, sí: Virginia Poe es todas estas mujeres y todas ellas son Virginia Poe; al igual que todos los amantes soy yo y yo soy todos los amantes. No dudo que tal vez haya quien critique esto, diciendo que exploto la lástima ajena con la muerte de mi esposa para vender mis historias; no los culpo, tal vez yo pensaría lo mismo.
“Pero hay sólo una cosa que diría a mi favor: todos aquellos que me critican ¿no gastan dinero y esfuerzo en retratos o lápidas, para que cuando hayan muerto algo le diga al mundo quiénes eran y cómo vivieron? Yo retrato a mi Virginia en todas mis mujeres, le digo al mundo cómo vivió y la tristeza inmensa que me embargó cuando murió, esperando que los amantes de un futuro puedan gozar de amores más felices que el mío.
Un cuervo, símbolo inequívoco de Edgar Poe, nos mira desde las ramas de un árbol. Ambos lo miramos y yo siento que no queda nada más por decir. Poe parece sentir lo mismo, ya que me mira con su extraña sonrisa y sus penetrantes y melancólicos ojos y, con una inclinación de cabeza, se despide y comienza a caminar.
Siento que junto a mí pasa un viento cálido, algo totalmente imposible en el otoño de Maryland, y corre en dirección a Poe. Él se detiene y mira alrededor. Aún en la distancia, puedo ver su sombrío rostro mientras parece buscar algo en la oscuridad. El mismo viento cálido se deja sentir nuevamente, revolviéndole el negro cabello y una sonrisa (una verdadera sonrisa) se forma en sus labios, iluminando sus ojos. Por un momento parece un hombre nuevo, un hombre joven disfrutando de una alegría íntima e inconfesable.
Una ráfaga del frío viento de invierno arremete contra nosotros pero él parece no notarlo. Con la sonrisa aún en sus labios reanuda su marcha, un fantasma más perdiéndose en la neblina.
Entrevista imaginaria a Edgar Allan Poe para mi curso de Entrevista de la carrera de Ciencias de Comunicación. 2007.
Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.
Nada mal. Sin embargo, compartiré una pequeña crítica sobre este texto pero en otro momento y de forma personal, creo que hay algunas circunstancias que se te van sobre Poe, pero en general está bien
ResponderEliminarBásicamente la escribí confiando en mi memoria, es decir, sin poder corroborar nada con información documentada. Tal vez se vea mal que lo diga yo, pero no es tan malo tomando en cuenta que hubo que terminarla en hora y media
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