miércoles, 21 de noviembre de 2007

Juguete para niños

El niño estaba sentado frente a la televisión. No debe creerse que fuera un mero vicio del infante. Era lo único que conocía, era su esposa, madre y amante secreta. Era la ley y el credo. No necesitaba separar la vista nunca: en la mañana el despertador era la televisión; mientras desayunaba, el plato se plantaba frente a la pantalla -lo mismo durante la comida y la cena-; vamos, hasta en la cama por las noches debía estar frente a la pantalla.
El niño estaba, pues, sentado frente a la televisión. Pasaban un programa entretenido... bueno, debía ser entretenido, dado que lo pasaban por televisión. Claro que el niño no podía saber si era entretenido o no, sólo veía, lo de menos era entender. ¿A quién le importa entender? Entender implica pensar y, ¿quién quiere pensar cuando se puede simplemente ver? ¿qué importa la comprensión cuando la pantalla te da la información ya masticada y casi digerida? El niño se conectaba a la televisión como los comatosos se conectan a la sonda que los alimenta. ¡Qué hermosos colores muestra la pantalla! ¡Qué formas tan llamativas! ¿Qué importa que el mundo alrededor se esté cayendo en pedazos mientras la televisión siga transmitiendo? ¿Qué importa que afuera la tormenta se desate con toda su furia y que las paredes tiemblen con cada relámpago, si la televisión dice: 'no se levanten de sus asientos porque aún hay más'?
El niño seguía sentado frente a la televisión mientras afuera llovía. Tenía que levantarse para comer, pero ¿qué comer? En la pantalla una joven de facciones finas y un cuerpo no más ancho que una escoba decía que la Sopa X es la más deliciosa y saludable, bastaba con ver la cara de placer que ponía al llevarse la cuchara a la boca. De modo que el niño va a la cocina (aunque sin despegar los ojos de la pantalla) y prepara en el microondas la sopa anunciada, la cual está lista tan rápido que ni siquiera tiene que cansarse estando de pie. Luego, sopa en mano, el niño regresó a su lugar. No importa que no le parezca que la sopa no es deliciosa en realidad y que incluso sospeche que su dolor en los riñones y en la boca del estómago tenga algo que ver con el consumo de la sopa, porque en la pantalla eso no pasa. Seguramente debe ser otra cosa.
Así, el niño aún frente a la pantalla se sumerge en el letargo de la confianza en lo que ha visto, aplicando aquello de 'ver para creer', aunque lo que se ve no sea precisamente de lo más creíble. Pero afuera la tormenta sigue y los relámpagos retruenan, hasta que golpean el generador y la pantalla se queda negra. Y el niño se enfrenta entonces a algo que no había tenido que soportar en sus 35 años de vida: el silencio (que el televisor eliminaba) y la reflexión (que el televisor exterminaba antes incluso de que comenzara a gestarse). Y con la reflexión le viene el miedo, porque comienza a intuir lo que ha sido de él en los últimos 35 años.
Y el niño que había estado sentado frente al televisor se puso de pie y comenzó a dar vueltas por la habitación, esperando que el pánico no llegara. Pero llegó y lo acompañaba la crisis. No hay nada que ver en la pantalla y nada que llene el vacío de las imágenes. Y para el niño eso implica que no hay nada. Así que decide salir a caminar, algo que nunca antes había hecho pero que es preferible a estar en la oscuridad de la sala, donde se corre el riesgo de pensar.
El niño va caminando por la solitaria calle (son las 8 y la telenovela estelar se está transmitiendo en este mismo instante) y al ver a su alrededor se sobresalta. Ve una multitud de maniquís frente a las pantallas y se da cuenta de que los otros niños sentados ante el televisor son como él: obesos y cadavéricos, aunque sus cuerpos hayan vivido 4 o 67 años; todos son niños sentados frente al televisor, educados por él y enamorados de él. Y piensa: '¿Cuánto tiempo hemos vivido así? ¿Cuánto tiempo podemos vivir así? ¿Cuánto...?' Y entonces se detiene en seco. Se da cuenta de que está pensando, reflexionando y, aún más, se está asustando de lo que ve. Suelta un grito de sorpresa tan intenso que los demás despegan la mirada de la televisión por un momento para verlo y él, a su vez, voltea a ver a los demás niños y los ve como lo que son: viejos cuerpos deteriorándose y envejeciendo con cerebros tan infantiles como la primera vez que fueron puestos frente a una pantalla. Niños idiotizados en cuerpos adultos, cadáveres y calaveras que encierran mentes que nunca llegarán a madurar. 'Con que esto es pensar' dice en voz alta el individuo de 35 años y lanza un segundo grito aún más sorprendido e inlcuso horrorizado cuando se da cuenta de todo lo que el concepto de pensar implica (empezando por la palabra concepto) y esta avalancha de pensamientos lo sobrepasa. El hombre se queda en medio de la calle, convertido en una estatua de sal, hasta que empieza a llover y la sal se disuelve y se va calle abajo, hacia la alcantarilla.
Y los niños sentados frente al televisor hace un rato que volvieron su atención a la pantalla.
Junio del 2007. Reservados todos los derechos


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1 comentario:

  1. TJ:

    hola d nuevo, me gusto muxo este blog, tiene muxa razon en el sentido d q las personas dejan d pensar,reflexionar y lo peor de ttodo, dejan de razonar, asi como lo mencionas, le empiezan a creer absolutamente todo lo q la "caja idiota" nos dice, y sus manipuladores lo saben a la perfeccion, y lo usan a su favor, o a favor del q mas les pague x hacerlo, buskan manipularnos la realidad mas d lo q creemos, hasta los noticieros tuercen la realidad, para hacernos creer lo q ellos kieren q nosotros creamos, para q no nos demos cuenta d lo q realmente sucede, claro, xq a ellos no les combiene q sepamos, no les combiene q reflexionemos y razonemos, d echo hasta tengo una amiga q odia a la TV precisamente xq los noticieros distorcionaban la informacion

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