miércoles, 4 de junio de 2008

Invocación

Ven a mis brazos, Muerte querida; róbate el calor de mi pecho, toma mi sangre entera y déjame morir tranquila.
Ven si quieres con tus espasmos, con tus agonías y tus lágrimas. Deja que mi aliento se congele y no sea más, permíteme tenderme inmóvil en esta tierra cálida y maternal; deja que lo último que vean mis ojos sean las estrellas y ese espejo que está a un día o dos de convertirse en luna llena.
Veo que te extraña este afán mío de invocarte. Sé que cuando muestras tus helados dedos, los demás te piden que les concedas más tiempo. Supongo que te extraña que yo te pida menos. Espero que no me pidas explicaciones y te des por bien servida si te aseguro que no me arrepentiré.
No busco gente de luto ni velas encendidas ni plañideros llantos falsos. Busco sólo la calma y la paz que traes cuando nos llevas.
Complace entonces, amiga mía, esta ansia suicida que me consume. Déjame perderme en esta oscuridad que, de todas maneras, me tiene muerta en vida.
No tengo miedo a los fantasmas ¿por qué temer a los muertos? Son mucho más peligrosos los vivos.
Ven entonces, Muerte amiga, y vámonos juntas a ese reino donde ya no se siente ni se sufre ni se anhela, donde todo -hasta uno mismo- se pierde en el dulce, dulce olvido.


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1 comentario:

  1. El comentario que te hago es porque has colocado mal tu licencia... lo detallo por correo.

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