De una manera casi obsesiva pero gozosa, he estado leyendo un libro llamado Cuestión de Amor de Germán Dehesa; ya lo conocía, de hecho, esta viene siendo la sexta o séptima vez que lo leo. No sé qué opinarán ustedes, estimados ciberlectores y personajes adjuntos, pero yo tengo la costumbre de conservar una lista mental de los libros que me han gustado; un tiempo después, me echo un clavado a la enorme jungla que se ha extendido por toda la casa y cuando, después de días de búsqueda, incertidumbre y luchas con cocodrilos, me encuentro de nuevo con uno de estos libros, lo leo de nuevo y ¡maravilla de maravillas! Voy descubriendo cosas nuevas con esta lectura. Muchas veces descubro que mis impresiones y/o reflexiones se han modificado, y así resulta que es como si leyera por primera vez.
Todo esto lo saco a colación no para presumir mis costumbres de lectura (creo que es un placer tan mágico que la presunción podría arruinarlo), el hecho es que la última vez que lo leí odiaba al mundo. Ya estoy mejor -creo-, ya tengo 20 años y aunque no seré la persona más experimentada y madura del planeta, al menos ya llegué a la revelación de que el mundo puede o no tener la culpa de mis desgracias pero odiarlo es desgastante y no facilita nada (salvo la gastritis); así pues, uno tiene que morderse las uñas y decirle al móndrigo e ingrato mundo que nos lastima: "Bueno, lánzate, dame con todo lo que puedas. No me quedaré mi cama llorando en posición fetal. Tengo un oso de peluche y no dudaré en usarlo".
Llegada a este punto, trato de recordar de qué se trata esto... Ah, sí. Les contaba de ése señor chaparrito, calvo y orejón llamado Germán Dehesa, ¿les conté que tiene un libro que se llama Cuestión de Amor? ¿Sí? Oquei. Resulta que dicho libro consiste en una serie de pequeñas reflexiones sobre ése gran conflicto existencial que es el amor. Las primeras veces que lo leí, estaba desencantada del amor, ahora no estoy encantada pero no me quejo (y en México eso siempre es ganancia) Las reflexiones del 'profe' Dehesa van desde su familia, sus divorcios o sus hijos (temas más bien personales, dirán algunos, pero a mí me parece que no tanto) a la amistad, el trabajo, envejecer, la vida y otros bichos.
Mis reflexiones, que son las que me tienen escribiendo esto en hojas sueltas a las 2 de la mañana, surjen específicamente de un apartado llamado Aquí está Rosario, donde asistimos a una hermosa conversación con la autora de Balun Canan. No se los arruinaré contándoselos (supongo que es una manera sutil de decirles "busquen el libro y léanlo completito") Lo que no me deja dormir es esto:
Por alguna razón, estamos obsesionados con la felicidad. Buscamos obtenerla por los medios que nos parecen correctos. Tiene sentido, claro que sí, porque si no es para ser felices, entonces ¿para qué carajos vivimos esta perra vida? Pero muchas veces, el camino que escogemos hacia la felicidad nos hace infelices. Buscamos trabajo para ganar dinero porque la estabilidad económica nos ayuda a ser felices, ¿cierto? En dos décadas, yo he conocido gente que se desvive trabajando y que se ve igual de desgraciada a pesar de los pesos que pesan en su cuenta de banco. Las fiestas, salir a los antros y echar desmadre, si te la pasas bien, si ríes y cotorreas, eres feliz, ¿verdad? Tal vez, aunque desde los quince años, conozco gente que se odia a sí misma tanto que se la pasa de fiesta en fiesta, bebiendo, fumando, metiéndose hasta vaporub y teniendo sexo a tontas y a locas (o con tontas y locas) a fin de olvidarse de sí mismos un poco, pero al final de la pachanga siguen tan vacíos como siempre.
Comprar coches, tener casas, tener mil viejas o viejos, salir en la tele, no pedir permiso, no preocuparse por 'cosas inútiles'... las imágenes que en televisión nos venden como felicidad, ¿lo son? No dudo que haya gente a la que su trabajo le apasiona, le gusta y lo hace bien; el hecho de tener un techo sobre tu cabeza y saber que de hambre no te mueres, salir por ahí con los amigos, la familia o la pareja... todo esto nos trae momentos de felicidad. Pero me parece un error considerarlo la esencia misma del ser feliz.
Tengo veinte años, vivo en una casa con otras cuatro personas de mi misma sangre y carezco de experiencia laboral comprobable. Fuera de eso no hay nada que sea mío, ni siquiera estas palabras que escribo, pero esa es la belleza del asunto: aquí no hay nada que me pertenezca en exclusividad a mí. De cierta manera ni siquiera me pertenezco a mi misma. Pero me parece que una manera efectiva de pasar estas cortas horas que nos son concedidas en este gran bostezo de la eternidad, es precisamente dejar de lado el concepto de la propiedad y el poder. Buscamos comprar y poseer las cosas: un coche, una computadora, un hombre, una mujer... cuando sentimos que lo poseemos, nos sentimos contentos (que no es lo mismo que felices) pero con ello viene la gran ansiedad de perderlo. Los celos, la paranoia, la envidia, estas situaciones vienen o se derivan precisamente de este percepción de que aquello que poseemos nos será arrebatado. Si los seres humanos llegáramos a comprender que el mundo no nos pertenece en exclusividad, sino que más bien al contrario, nosotros pertenecemos al mundo... si nos percibimos como una parte de este mundo en lugar de como los dueños de él, podemos comenzar un cambio que nos permitirá sentirnos menos desdichados.
¿Qué es la felicidad? Creo que cada quien tendrá una manera de definirlo. Un amigo me dijo una vez que él era feliz cuando llegaba a su casa, saludaba a su mamá, a su hermana y sus sobrinos y se sentaban todos juntos a cenar pan bimbo frente a la tele sin ponerle atención porque no paraban de hablar o de reír o de hacer bromas. "Nada más el hecho de estar todos juntos, de que a la hora de acostarme los oyera a todos roncar en la casa y supiera que están allí, con eso basta para que me sienta calientito por dentro y me despierte con ganas en la mañana" me decía, palabras más, palabras menos.
Creo que eso más o menos lo dice. Tal vez La Felicidad sea la suma de todos esos momentos en los que nos sentimos calientitos por dentro sin que importe si el clima es horrible, si nos tenemos que parar temprano mañana, si se le debe al banco, si nos peleamos con el jefe, si hay mil cosas que hacer y poco tiempo... un momento tal vez breve en el que damos gracias a cualquier clase de ser supremo por el hecho de estar viviendo ése momento. Y sí, tal vez pasado el momento, las serotoninas y endorfinas se diluyan y la breve felicidad se vaya, y volvamos a la locura y la desesperación de siempre. Pero para esos tiempos, como nos recuerda el señor Dehesa, "decía Tomás Moro, todo es una cuestión de amor".
Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.
Todo esto lo saco a colación no para presumir mis costumbres de lectura (creo que es un placer tan mágico que la presunción podría arruinarlo), el hecho es que la última vez que lo leí odiaba al mundo. Ya estoy mejor -creo-, ya tengo 20 años y aunque no seré la persona más experimentada y madura del planeta, al menos ya llegué a la revelación de que el mundo puede o no tener la culpa de mis desgracias pero odiarlo es desgastante y no facilita nada (salvo la gastritis); así pues, uno tiene que morderse las uñas y decirle al móndrigo e ingrato mundo que nos lastima: "Bueno, lánzate, dame con todo lo que puedas. No me quedaré mi cama llorando en posición fetal. Tengo un oso de peluche y no dudaré en usarlo".
Llegada a este punto, trato de recordar de qué se trata esto... Ah, sí. Les contaba de ése señor chaparrito, calvo y orejón llamado Germán Dehesa, ¿les conté que tiene un libro que se llama Cuestión de Amor? ¿Sí? Oquei. Resulta que dicho libro consiste en una serie de pequeñas reflexiones sobre ése gran conflicto existencial que es el amor. Las primeras veces que lo leí, estaba desencantada del amor, ahora no estoy encantada pero no me quejo (y en México eso siempre es ganancia) Las reflexiones del 'profe' Dehesa van desde su familia, sus divorcios o sus hijos (temas más bien personales, dirán algunos, pero a mí me parece que no tanto) a la amistad, el trabajo, envejecer, la vida y otros bichos.
Mis reflexiones, que son las que me tienen escribiendo esto en hojas sueltas a las 2 de la mañana, surjen específicamente de un apartado llamado Aquí está Rosario, donde asistimos a una hermosa conversación con la autora de Balun Canan. No se los arruinaré contándoselos (supongo que es una manera sutil de decirles "busquen el libro y léanlo completito") Lo que no me deja dormir es esto:
Por alguna razón, estamos obsesionados con la felicidad. Buscamos obtenerla por los medios que nos parecen correctos. Tiene sentido, claro que sí, porque si no es para ser felices, entonces ¿para qué carajos vivimos esta perra vida? Pero muchas veces, el camino que escogemos hacia la felicidad nos hace infelices. Buscamos trabajo para ganar dinero porque la estabilidad económica nos ayuda a ser felices, ¿cierto? En dos décadas, yo he conocido gente que se desvive trabajando y que se ve igual de desgraciada a pesar de los pesos que pesan en su cuenta de banco. Las fiestas, salir a los antros y echar desmadre, si te la pasas bien, si ríes y cotorreas, eres feliz, ¿verdad? Tal vez, aunque desde los quince años, conozco gente que se odia a sí misma tanto que se la pasa de fiesta en fiesta, bebiendo, fumando, metiéndose hasta vaporub y teniendo sexo a tontas y a locas (o con tontas y locas) a fin de olvidarse de sí mismos un poco, pero al final de la pachanga siguen tan vacíos como siempre.
Comprar coches, tener casas, tener mil viejas o viejos, salir en la tele, no pedir permiso, no preocuparse por 'cosas inútiles'... las imágenes que en televisión nos venden como felicidad, ¿lo son? No dudo que haya gente a la que su trabajo le apasiona, le gusta y lo hace bien; el hecho de tener un techo sobre tu cabeza y saber que de hambre no te mueres, salir por ahí con los amigos, la familia o la pareja... todo esto nos trae momentos de felicidad. Pero me parece un error considerarlo la esencia misma del ser feliz.
Tengo veinte años, vivo en una casa con otras cuatro personas de mi misma sangre y carezco de experiencia laboral comprobable. Fuera de eso no hay nada que sea mío, ni siquiera estas palabras que escribo, pero esa es la belleza del asunto: aquí no hay nada que me pertenezca en exclusividad a mí. De cierta manera ni siquiera me pertenezco a mi misma. Pero me parece que una manera efectiva de pasar estas cortas horas que nos son concedidas en este gran bostezo de la eternidad, es precisamente dejar de lado el concepto de la propiedad y el poder. Buscamos comprar y poseer las cosas: un coche, una computadora, un hombre, una mujer... cuando sentimos que lo poseemos, nos sentimos contentos (que no es lo mismo que felices) pero con ello viene la gran ansiedad de perderlo. Los celos, la paranoia, la envidia, estas situaciones vienen o se derivan precisamente de este percepción de que aquello que poseemos nos será arrebatado. Si los seres humanos llegáramos a comprender que el mundo no nos pertenece en exclusividad, sino que más bien al contrario, nosotros pertenecemos al mundo... si nos percibimos como una parte de este mundo en lugar de como los dueños de él, podemos comenzar un cambio que nos permitirá sentirnos menos desdichados.
¿Qué es la felicidad? Creo que cada quien tendrá una manera de definirlo. Un amigo me dijo una vez que él era feliz cuando llegaba a su casa, saludaba a su mamá, a su hermana y sus sobrinos y se sentaban todos juntos a cenar pan bimbo frente a la tele sin ponerle atención porque no paraban de hablar o de reír o de hacer bromas. "Nada más el hecho de estar todos juntos, de que a la hora de acostarme los oyera a todos roncar en la casa y supiera que están allí, con eso basta para que me sienta calientito por dentro y me despierte con ganas en la mañana" me decía, palabras más, palabras menos.
Creo que eso más o menos lo dice. Tal vez La Felicidad sea la suma de todos esos momentos en los que nos sentimos calientitos por dentro sin que importe si el clima es horrible, si nos tenemos que parar temprano mañana, si se le debe al banco, si nos peleamos con el jefe, si hay mil cosas que hacer y poco tiempo... un momento tal vez breve en el que damos gracias a cualquier clase de ser supremo por el hecho de estar viviendo ése momento. Y sí, tal vez pasado el momento, las serotoninas y endorfinas se diluyan y la breve felicidad se vaya, y volvamos a la locura y la desesperación de siempre. Pero para esos tiempos, como nos recuerda el señor Dehesa, "decía Tomás Moro, todo es una cuestión de amor".
Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarque buen texto te puedo seguir en twiter o face?? cuales son?
ResponderEliminareste es mi correo miguel_v1982@hotmail.com agregame en verdad me gusta interactuar con gente que tiene ganas de expresarse asi como tu
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